martes, 2 de junio de 2009

Mariátegui – Oiga, 13/06/1994

José Carlos Mariátegui La Chira (1894-1930) creyó en vida, haber nacido en Lima, en 1895, tal como lo expuso en una nota autobiográfica. El hallazgo de la partida de nacimiento, fechada el 14 de junio de 1894, en Moquegua, es mérito que corresponde al estudioso Guillermo Rouillón. Es así que este martes 14 recordaremos, todos los peruanos, el primer centenario del nacimiento de José Carlos Mariátegui. Aún cuando los nuevos tiempos han disminuido el furor con que en años anteriores se recordaba la vida y obra de Mariátegui. OIGA ha querido entregar a sus lectores un homenaje especial, digno de colección, que refleje las múltiples facetas del pensador y ensayista peruano de mayor renombre internacional, así como algunos rasgos relevantes de su obra y los dilemas e interrogantes que ella nos ha dejado, que no son pocos.

Edición: Pedro Planas
Revista Oiga, 13/06/1994

Mariátegui y la generación infortunada – por Federico More – Oiga 13/06/1994

Hace años, tracé el plan para algo así como una interpretación histórica de la literatura del Perú. El primer ensayo –en el que puse bajo el radiador a Ricardo Palma, Manuel González Prada y Abelardo Gámarra– lo publicó ‘Diario de la Ma­rina’, el gran rotativo de Cuba. Des­pués, tomé apuntes para escribir acer­ca de la que, por antonomasia, es, en la vida literaria del Perú, la ‘generación infortunada’. La generación a la cual pertenezco. La generación que se abre, cronológicamente, con hombres de la edad de Leonidas Yerovi y se cierra con hombres de la edad de José Carlos Mariátegui. En ese momento, basta escribir o pronunciar estos dos nombres, para comprender el inmenso infortunio, el signo adverso que pesa sobre aquella generación casi concluida; la más brillante que ha pro­ducido el Perú, la más literaria, la de más completa sensibilidad. Y la única que no ha logrado, ni a medias, decir su secreto de cultura, de emoción y de inquietud.

Si junto a los nombres de Leonidas Yerovi y José Carlos Mariátegui, escribimos el de Abraham Valdelomar, la evocación dolorosa se completa.

Ni Yerovi, ni Valdelomar, ni Mariá­tegui conocieron, en la vida, el gozo y el dolor fecundos de los cuarenta años, el desgarramiento luminoso de ese pórtico de la madurez. Amados de los dioses y desconocidos de los hombres, murieron jóvenes y, para que murie­sen, el destino le confirió a la Tragedia plenos poderes y sombra funesta a la Fatalidad.

En el entierro de Mariátegui va a hablar Ezequiel Balarezo Pinillos, Gas­tón Roger, que es uno de los pocos sobrevivientes de esa generación, la generación infortunada, la que expre­sa, mejor que cualquier otra de las formas de la vida nacional, el hondo y grave fracaso de nuestro espíritu en la marcha hacia la cultura y en sacrifi­cio por una norma de puro y eficaz idealismo. Estoy seguro de que Balarezo sabrá evocar, ante la tumba precoz de Mariátegui, el dolor de todos noso­tros, el dolor de él mismo, el vasto dolor de cuantos sabemos todo lo que pudimos realizar y todo lo que una sociedad inerte e injusta no nos permi­tió cumplir.

Mariátegui, como sus hermanos de trabajo, de ideal y de infortunio, como Valdelomar, como Yerovi, pensó, sin­tió y produjo hasta el momento mismo en que le fueron franqueadas las puer­tas inviolables por las cuales sólo se pasa una vez. Nacieron, vivieron y murieron escritores. Ni un minuto de desfallecimiento mancha sus vidas bre­ves y copiosas. Anegados por la deses­peranza, se prenden al clavo ardiente del entusiasmo.

No cederé, en estas líneas, que tienen más de dolor necrológico que deahínco crítico, a la tentación de hacer paralelos. Voy a hablar sólo de José Carlos Mariátegui. Y voy a hablar de él, sin acordarme de que fuimos estre­chamente amigos en los años ilusiona­dos y ardientes de nuestra primera juventud.

Entre nosotros –vale decir, entre los escritores peruanos– Mariátegui ha sido, a pesar de su juventud, el más serio, el más disciplinado, el más lim­pio. Los unos, estudiaron a medias; los otros, no estudiaron. La meditación, nunca ha sido nuestra favorita. Sólo Mariátegui conoció los dolorosos fa­vores de esa musa pálida y angustiada que es la meditación. Sólo él se entre­gó, sin reservas y sin ambages, a las solicitaciones devastadoras de la lectu­ra, esa otra muchacha cuyos besos tienen la fuerza categórica e inapela­ble de los grandes tóxicos. Mariátegui leyó y meditó mucho. Frente a la vida y frente a los libros fue todo antenas y todo jugos. Recibió y asimiló hasta los residuos y hasta los matices. Y siem­pre supo convertir en materia revela­ble lo que aprendió. Receptor y trasmi­sor a la vez, poseyó, para recibir, hon­dura, buena fe, exactitud y pureza y, para trasmitir, claridad, densidad y sol­tura.

Mariátegui es, hasta hoy, el mejor de nuestros escritores políticos. Su estilo, si bien no presenta la grandeza y el fulgor de la prosa de González Prada, brilla con la suavidad de los mármoles finos y es neto y diáfano como las iluminaciones de ciertas gale­rías fotográficas.

Como escritor político –que eso fue aún cuando ejercía de crítico literario– Mariátegui tiene el mejor y más alto de los títulos: el amor a la patria. El amor a la patria, grave pecado que en el Perú lleva duros castigos. A Mariáte­gui, como escritor, le interesaba, por encima de todo, su patria. A interpre­tarla, a componerla, a guiarla, dedicó los más puros e intensos esfuerzos de sus años más lúcidos. Y al igual que Vigil y que González Prada, al igual que Sebastián Barranca y que Abelar­do Gamarra, pagó bien caro el extraño delito de haber amado tanto a su país. La pobreza, la enfermedad y el olvido han sido su premio. Un premio muy nuestro. Loemos a los dioses que tan a la peruana premian a los peruanos.

Mariátegui, en cuanto a escritor po­lítico, nos ha dado el ejemplo de un alto idealismo constructivo y, en cuan­to a escritor, nos deja una prosa azori­nesca, rara y, por rara, selecta, en un medio tropical y supermetafórico; en un medio donde la imagen oropelada suplió siempre la idea hermosa en su clara desnudez. En un medio donde la decoración gótica reemplazó al res­plandor impoluto de las líneas clásicas. Para decirlo en pocas palabras: en un medio romántico. Mariátegui quedará como el más sereno y transparente de nuestros pensadores. Y como el más idealista, el más estudioso, el más disciplinado y el más ferviente de nues­tros politicógrafos. No compartí nun­ca sus ideas poco menos que comunis­tas. Yo soy, apenas, un socialdemó­crata. Casi un filisteo para la Tercera Internacional. Pero comprendo que dentro de las fórmulas de su extremo socialismo, Mariátegui quiso anhelo­samente salvar a su patria, crearle una realidad feliz, interpretar su historia eficazmente y descubrir caminos que la llevasen a un porvenir mejor. La pobreza, la envidia, la incomprensión y la indiferencia le quitaron grandeza a su obra. Necesitó mucho tiempo para sufrir y para perdonar. Tiempo que pudo haber entregado a sus especula­ciones favoritas. La muerte lo rondó desde temprano. Ya en la mañana de su vida, conoció, en las horas del crepúsculo vespertino, esa melancolía que domina, en tal instante, a los hombres que nacieron con el destino de morir jóvenes.

Débil y aniñado, poseyó la vitalidad enérgica que da la inteligencia en fun­ción constante. Más que la dolencia física, lo han muerto las emociones. Como todos los que comparten con él los dolores de la generación infortuna­da, Mariátegui nunca conoció un mo­mento de alegre reposo; nunca supo de la despreocupación de la vida para entregarse de lleno al arte. El aplauso lo visitó poco y siempre con heraldos de despecho y séquito de amarguras.

Ahora que se va a pasear, sobre los asfodelos inmarcesibles, su juventud y su dolor, compañeros de la juventud y el dolor de los que le precedieron, se levantan como trofeo y su nombre queda, incrustado en su patria, a ma­nera de un camafeo heroico. Símbolo de una época ante la cual llorará la posteridad sin comprender nunca cómo hubo día y hora en que la impie­dad y la injusticia pudieron ser tan grandes y tan frías. En el porvenir, los artistas jóvenes organizarán peregrinaciones a las tumbas de Yerovi, de Valdelomar y de Mariátegui. Ellos lucen la sangre del martirio y la gracia de la anunciación. Ostentan la grandeza del holocausto y con sus vidas tan du­ras y sus muertes tan ungidas de trage­dia les enseñarán a los hombres de mañana que sólo devienen poderosos y admirables los pueblos donde la inte­ligencia y la sensibilidad son el orgullo de las minorías y el milagro encanta­dor de las multitudes. Acaso los tres protomártires merezcan una tumba co­mún. Una tumba simple y blanca, de puro mármol jónico y encima de la cual se alce una de las grandes estatuas de la Antigüedad. Quizá la Victoria de Samotracia, con sus inmensas a las in­útiles.
(*) Tomado de “Andanzas de Federico More”. (Este articulo se publico con ocasión de la muerte de José Carlos Mariategui).

La edad de piedra – José Carlos Mariátegui redescubierto – por Ricardo Portocarrero – Oiga 13/06/1994

Cuando en la tarde del 7 de noviembre empezaron a llegar los primeros cables acerca de la toma del poder de los bolcheviques en Rusia, Lima ya se encontraba conmocionada desde días atrás por otro acontecimiento: el escándalo del Cementerio. Dicho escándalo no sólo había conmocionado a la ciudad civil, sino también al Parlamento donde sus ecos se mezclaron con los debates parlamentarios. Entre los implicados se encontraba la bailarina Norka Rous­kaya, y un grupo de periodistas y lite­ratos. Uno de ellos, Juan Croniqueur, era reconocido como uno de los prin­cipales impulsores de esta 'profana­ción'. Este respondió a esta acusación señalando que se trataba de "un acto artístico", y más aún, de "un acto uncioso y santo".

Juan Croniqueur, seudónimo de José Carlos Mariátegui, era un periodista de reconocida trayectoria, dedicado en esos años al periodismo político y parlamentario desde el diario El Tiempo. Su trayectoria periodística que duró hasta 1919, estaba marcada por la polémica y el escándalo: polémica con Teófilo Castillo, escándalo del Cementerio, escándalo de los militares. Con las noticias de la Rusia revolucionaria, se declaró socialista y 'bolchevike; apoyó a obreros y estudiantes en las protestas sociales de 1919. Sobre las críticas que recibió escribió una carta a Ruth: "Ves que si no valiese algo, si fuese un mediocre como los demás, no sería posible que suscitase sórdidas hostilidades. (...) En el Perú hay que ser absolutamente mediocre para no ser detestado. El talento causa miedo y, por ende, reac­ción" (Roma, 6 de marzo de 1920).

¿Pretencioso el joven Mariátegui Tal vez. Pero este joven periodista que un día viajó a Europa y regresó 'mar­xista convicto y confeso', se había abierto camino en una ciudad tradicio­nal y cucufata. Recordemos que Ma­riátegui era autodidacta, y que estaba orgulloso de ello. "Me he elevado del periodismo a la doctrina", escribió en lo más agrio de la polémica con Haya. Trabajando desde niño en el diario La Prensa, conoció y frecuentó a los más connotados jóvenes literatos de en­tonces: Yerovi, More, Bustamante y Ballivián, Valdelomar El Conde de Lemos. (¡Que diferencia con el perio­dismo de hoy!). Empezó de ayudante de obrero, de mensajero, de escritos, de pequeñas notas policiales y de lote­ría. El inicio formal de su carrera, como parte de la plana de redactores, fue en enero de 1914, donde el seudó­nimo Juan Croniqueur comenzó a circular en periódicos y revistas de Lima y sus provincias. Escribió sobre arte y literatura, el turf y el teatro, la vida cotidiana en Lima y la gran guerra que conmocionaba Europa. También tuvo la osadía, bajo la influencia del modernismo literario y Abraham Val­delomar, de escribir poesías y obras de teatro. Aunque no logró mucho éxito literario, se ganó varios de los corazones de jovencitas de la época.

Todos estos hechos comienzan ya a ser conocidos. La autodenonimada 'Edad de Piedra' ha empezado a dejar de ser un tema tabú. Hasta mediados de los años 80, pocos se atrevían a buscar en los archivos hemerográficos los textos de Juan Croniqueur. Pocos pensaban que tuviesen algún valor o aporte al conocimiento de José Carlos Mariátegui, marxista. No sólo se equi­vocaron en ello, sino que ahora se reconoce como indispensable para el conocimiento del hombre.

Estamos frente a una nueva 'moda'. Los estudios sobre la vida y obra de Mariátegui habían decaído en los últi­mos años con la crisis del socialismo real y la caída del muro de Berlín. Sin embargo, con la publicación en 8 vo­lúmenes de los Escritos Juveniles entre 1987 y 1994 —a cargo del des­aparecido Tauro del Pino—, se abre una nueva cantera de investigación. La conmemoración del centenario de su nacimiento —un 14 de junio de 1894 en la ciudad de Moquegua— ha dado el ambiente propicio y un nuevo impulso al interés por 'los años olvidados'. En los próximos meses y años, artículos y libros serán dedicados al tema. ¿Qué nueva imagen de Mariátegui tendre­mos? ¿La política dejará de ser el tema central de debate acerca de su obra? ¿La literatura y la religiosidad ocupa­rán su lugar? Es imposible responder hoy a estas preguntas.

Mariátegui empieza, pues, a ser redescubierto. Como en todos estos ca­sos, se empieza con una primera eta­pa exploratoria anterior al perfilamiento de temas concretos. Algunos temas ya han sido trabajados por 'pre­cursores' como Guillermo Rouillón, Edmundo Cornejo, Tauro del Pino, Carnero Checa, Juan Gargurevich; Elizabeth Garrels, entre otros. Aun­que pocos de ellos han puesto interés en los escritos literarios y místicos. Se ha preferido los escritos sobre la polí­tica criolla de 1916-1919, más directamente vinculados a los escritos de 1923-1930. Es evidente que cada es­tudioso, cada investigador, tiene sus preferencias. Esperemos que el acre­centamiento del número de interesa­dos lleve a una riqueza temática que enrumbe a una interpretación integral de su vida y obra. Porque caer en el otro extremo, el dejar de lado la llama­da 'etapa madura', sería tan grave como el de haber dejado de lado sus 'escritos juveniles'.

Los estudios dedicados a la 'etapa madura' están plagados muchas veces de lugares comunes y clichés. El Perú y el mundo en que se enmarca, ha cambiado sustancialmente desde los años que le tocó vivir. Los grandes problemas nacionales han cambiado de forma, pero en esencia siguen sien­do los mismos. Repensar los proble­mas actuales del Perú y del mundo de hoy a la luz de la obra de José Carlos Mariátegui debe ser, también, otra manera de redescubrirlo.

Revelación – Sobre el porqué JCM no se hizo atender en Italia de su vieja enfermedad – Oiga 13/06/1994

Llegado a París en pleno invierno, muy crudo ese año, JCM limitó su estadía en la Ciudad Luz por esta causa y se dirigió a Italia, donde el clima es más benigno, sobre todo en la parte septentrional. Sus problemas con la pierna no lo molestaban mayormente en la península y no buscó atención médica, desoyendo las súplicas de su madre, conte­nidas en sus cartas, de aprovechar el viaje para 'curar su mal'. Tenía unas discretas fístulas cubiertas por parches por donde había algo de secreción, no continua. Ca­sado ya y conocida por Anna la enfermedad ósea que lo hiciera sufrir tanto en su infancia, instado por ella a buscar atención especializada, expresó su rechazo por el recuerdo penoso de los escenarios médi­cos, la sala de operación, la mascarilla de cloroformo. "No quiero saber ya nada más sobre todo eso que atormentó mi infancia" agregaba, cuando el pedido cobraba insis­tencia.

JCM sabía de la existencia en Italia del quizá más avanzado centro ortopédico y traumatológico del mundo, famoso centro de cirugía del aparato locomotor, el Institu­to Rizzoli de Bologna, –que era también la clínica ortopédica y traumatológica de la más antigua Universidad de Italia– dirigido desde 1912 por el profesor Vittorio Putti, quien sucedió al reputado maestro Alejan­dro Codivilla. Hay que recordar que el mal que aquejaba a JC fue diagnosticado en Lima de tuberculosis osteoarticular, enfer­medad que era objeto de particular estudio en una dependencia del Instituto Rizzoli en Cortina D'Ampezzo, en un valle de los Alpes dolomíticos, más conocido como centro mundial de práctica de deportes de invierno. La guerra del 14 – ¡Oh cruel para­doja!– había proporcionado al Instituto to­das las posibles variantes de males trauma­tológicos óseos y articulares, de modo que la experiencia se enriquecía con un mate­rial humano inmenso. Además de la patología traumática, toda la patología ligada al aparato locomotor había sido estudiada y se ofrecía los mejores tratamientos, inclusi­ve la preparación de las prótesis del caso.

En su peregrinar por Italia, Anna consi­guió que viajaran a Cortina D'Ampezzo, de paseo, como lugar turístico de paisaje hermoso. Pero no logró convencer a JC sobre la consulta en el Instituto Rizzoli.

Por otro lado, en el sur de Italia, en Roma, JC gozaba de excelente salud: nun­ca se quejó de dolores ni presentó cuadros febriles expresivos de actividad inflamato­ria. Cabía entonces la posibilidad que la enfermedad infantil estuviera curada... o por lo menos detenida. JC hacía una vida completamente normal, incluyendo largas caminatas por las ciudades y el campo y su ánimo era magnífico, exultante. ¿Cómo forzar más, en esas condiciones –recuerda Anna–, la consulta con el profesor Putti?

Terminada la misión en Italia, Anna y JC, con el entonces pequeño Sandro, recorren Europa, deteniéndose particular­mente en Alemania varios meses, en los que JC está empeñado en aprender el alemán: concurre al Instituto Berlitz en las mañanas y contrata un profesor en las tardes, evadiendo el encuentro con hispanoparlantes para acostumbrar el oído a la fonética germana. Sabía que esa lengua era entonces importante instrumento para su formación filosófica y social.

La familia así constituida regresa a Lima y la humedad empieza a dejarse notar con malestar y dolor en la pierna. Pero no limita el movimiento. Desde la casa del jirón Huari, de Barrios Altos, caminaban hasta el Paseo Colón, puesto que en el local del Palacio de la Exposición estaba la sección destinada a la Universidad Popular donde JCM dictaba sus lecciones sobre la historia de la crisis mundial. Llevaban libros, generalmente en otros idiomas, para traducir y leer pasajes en determinado momento de la exposición, varios libros puesto que Anna ayudaba llevando algu­nos. Regresaban igualmente a pie, ahora acompañados de amigos, estudiantes, obreros.

Hasta que el mal, que empezara a dar muestras reactivación a poco del regre­so, llevara a la crisis que condujo a la intervención del Dr. Guillermo Gastañeta en el “ospédale Italiano”, situado entonces en la avenida Abancay. El hospital Italiano fue fundado por la colonia italiana en Lima y estaba atendido por monjas de la misma nacionalidad que pronto hicieron amistad con Anna, lo que repercutió en una mejor atención de JC. Anna notó que las monjas ponían mayor esmero en los pacientes pudientes de la colonia y más discreto en los desfavorecidos por la fortuna. Franca como era, se lo hizo saber a las religiosas, con su naturalidad habitual, pero no queda­ron resentimientos.


JCM en Huacho – El caso Mercenaro - Oiga, 13/06/1994

José Carlos Mariátegui pasó su niñez y su infancia en el pueblo de Huacho, al norte de Lima, de don­de procedía su señora madre Amalia La Chira. En 1901, junto con su her­mano Julio César, fue matriculado en la escuela del barrio, ubicada en la hoy avenida 28 de Julio, vía central de Huacho. En ese pueblo tendría su pri­mer contacto intelectual, pues el poeta de América, José Santos Chocano, se encontraba declamando sus versos en el club Unión de Huacho. Si bien Ma­riátegui se acercó por curiosidad, que­dó impresionado ante la fortaleza de­clamatoria del vate. Y se quedó escu­chándolo, intentando memorizar al­gunas estrofas del poemario recitado.

Pero el hecho principal, que afecta­ría hondamente a Mariátegui, se pro­dujo en 1902, con su condiscípulo José Marcenaro Bisso, hijo del dueño de la cuadra donde estaba el colegio. No está claro si a la hora del recreo jugaban ellos a los empujones o si Mar­cenaro agredió al joven Mariátegui, lo cierto es que este presunto jugueteo provocó la aparatosa caída del niño José Carlos produciéndole un hematoma en la pierna izquierda y, después, la cojera que padecería toda la vida. El director y los alumnos intentan resta­blecer a Mariátegui, quien no puede ponerse en pie. Llega su madre al colegio y envía al joven al consultorio del doctor Abel de Matto, médico titu­lar de Huacho. Este, tras auscultar al niño doliente, dispone que sea trasla­dado a Lima, a fin de ser intervenido quirúrgicamente en el lapso de la dis­tancia. Con la pierna hinchada, Mariá­tegui viaja con su madre a Lima y es tratado por el Dr. Félix Larré, cirujano-traumatólogo de la Maison de Santé, ubicada a espaldas del Poder Judicial. Con gran soledad, rodeado de lecturas y del amor de su madre, José Carlos estaría internado en la clínica durante tres meses y medio. Al levantarse co­jea, pero ya no volvería más a su que­rido Huacho, en donde quedó anclado el recuerdo del suceso con su condiscí­pulo Marcenaro.

Rengueando para siempre, Mariá­tegui se instaló en la calle León de Andrade, donde hoy está ubicado el cine Lido y ahí vivió desde los 8 años (1902) hasta los 17 años (1911), cuan­do ingresa trabajar en 'La Prensa'. En todo ese tiempo, obligado a veces al reposo, incrementa José Carlos su avi­dez por la lectura. En 1910, según ha descubierto Guillermo Rouillón, apa­rece José Carlos, quien tiene solamen­te 16 años, en la lista de suscriptores del diario El Comercio. Como si estu­viese todo ello predestinado.

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Desde 1911, el joven José Carlos escribía esporádicamente versos, que han sido recopilados por Alberto Tauro e incorporados en el primer tomo de sus 'Escritos Juveniles'. Esta vocación poética no era, como alguien ha señalado, un refugio inte­rior. La mejor prueba es que agrupó sus poemas y pensó editarlos como libro, con el sugestivo título de 'Tristeza'. El libro de poemas de José Carlos Mariátegui está anunciado, como de próxima aparición, en el diario La Prensa (enero y mayo de 1916), en el diario El Tiempo, la revista Colónida (marzo de 1916) y en el diario 'El Tiempo' (agosto de 1916). Debió ser el primer libro de Mariátegui, publicado a sus 20 años y que probablemente habría marcado su vocación literaria futura. Pero, por razones que no cono­cemos, el libro de poemas no llegó a ser publi­cado.

Del enorme arsenal de poemas escritos por Mariátegui hemos elegido, en primer lugar, dos versos dedicados a Federico More y a Luis Fer­nán Cisneros, respectivamente, y que en reali­dad configuran una serie que Mariátegui deno­minó 'Los salmos del dolor'. Adjuntamos tam­bién un verso dedicado a Cervantes, una estrofa de un extenso poema dedicado a la afición hípica (y al señor Eduardo Zapata, con quien dirigía la revista El Turf) y algunos otros de carácter místico, melancólico y sentimental, que fueron la nota característica que imprimió el alma poética de José Carlos a sus versos juveni­les.

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Coloquio Sentimental
A. Luis Fernán Cisneros B.


La voz de Schopenhauer adoctrina doliente
en mi alma que ha perdido la ilusión de la vida
y que sigue, sonámbula, una ruta inclemente
con los pasos inciertos y sangrante la herida...

Convergen mis anhelos, melancólicamente,
hacia un amar que es luego una esperanza ida
y que deja otra huella de dolor en mi frente
y que pone otra sombra de tristeza en mi vida.

Yo sueño que confluyen en mi melancolía
la pena de Leopardi, que también es la mía,
el sentimentalismo de Werther y el quebranto
del loco Segismundo que dijo Calderón...

¿Amada mía, lloras? ¡Si es mentido mi planto!
¡Son cosas de poeta! Yo te pido perdón...

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Insomnio
A Federico More


¡Oh las noches en que había fanáticos conjuros
y en que muerde una angustia en cada pensamiento!
Vengan voces de incestos y de ritos oscuros
y hasta las sombras tienen un estremecimiento..

La mano del misterio traza en preclaros muros
en mane thecel phares de algún presentimiento
y el licor dionisíaco de los brindis impuros
produce en los orgiastas un desfallecimiento.

Hay un crimen aleve que venga un adulterio
en la penumbra tibia de una alcoba nupcial.
Los aquelarres turban la paz del cementerio.

Hastía a dos amantes un pecado mortal.
Yo escucho una tras otra las notas de un salterio
de agonía. Y la muerte ronda en el hospital...




Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Elogio a Cervantes
(En el III Centenario de don Miguel de Cervantes)

Una lengua, una historia, una casta bravía
concibieron los siglos en un sueño ancestral
y la raza española fue como una ironía
de los siglos obsesos por un raro ideal.

Gente de aventureros, hijodalga porfía
por alguna quimera, cruzada medioeval
y más tarde los libros de la Caballería
forjando la locura del hidalgo inmortal.

Cervantes tuvo para su tristeza imprecisa
el antifaz de seda de una amarga sonrisa
y la heroica epopeya de La Mancha escribió,
pues fue porque este símbolo magnífico existiera
y un libro de Cervantes al mundo le dijera
que el sueño de los siglos una raza creó...

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

ELOGIO DE LA CELDA ASCÉTICA

Piadosa celda, guardas aromas de breviario,
tienes la misteriosa pureza de la cal,
y habita en ti el recuerdo de un Gran Solitario
que se purificara del pecado mortal.

Sobre la mesa rústica duerme un devocionario
y dice evocaciones la estampa de un misal:
San Antonio de Padua, exangüe y visionario
tiene en místico ensueño del Cordero Pascual.

Cristo Crucificado llora ingratos desvíos.
Mira la calavera con sus ojos vacíos
que fingen en las noches una inquietante luz.

Y, en el amor del campo y de las oraciones,
habla a la melancólica paz de los corazones
la soledad sonora de San Juan de la Cruz.

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Plegaria nostalgica

Padre Nuestro que estás en los cielos,
Padre Nuestro que estás en la harina
de la hostia candial y divina
que es el pan de los santos anhelos.

Soy enfermo de locos desvelos
y en mi espíritu de vago declina el amor de tu dulce doctrina,
Padre Nuestro que estás en los cielos.

Está lejos de mí la fragancia
de la mística fe de mi infancia
que guardaba con blanco cariño.

Siento el hondo dolor de la duda
y solloza mi cántiga muda
por el don de volver a ser niño...

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Para ganar la polla
Dedicado a Eduardo Zapata López, aficionado y poeta.


Ser humilde y devoto.
Ser austero y contrito.
No fumar en cachimba.
Leer 'El Turf' tempranito.

No andar por la calzada.
Desdeñar el cinema.
Y cuando hable Bellido
escucharle con flema.

Estudiar el programa
a la hora de almorzar.
Consultarle al mantel
quién habrá de ganar.

Inscribirse en la tarde
del jueves y después
olvidar el programa
y estudiarlo otra vez...

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Emociones del Hipodromo

Una yegua alazana cabriola y se encabrita
con una travesura juguetona e infantil
de niña adolescente, elegante y bonita,
enferma de disfuerzo, de jaqueca y de esplín.

Tiembla bajo su rubia dermis una infinita
nerviosidad absurda, fugaz y señorial.
Y un estremecimiento de coqueta le agita
desordenadamente los rizos de la crin.

Esta yegua se encuentra casi civilizada.
Vive plácidamente, cómoda y regalada;
tiene ayuda de cámara, médico y manicure;
amor le han prohibido por ser cosa dañina;
la intoxica el arsénico en vez de la morfina;
y registra su estado civil el Jockey Club.

Poemas de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Minuto del encuentro

Un minuto fugaz. Una mirada.
Una frase cambiada a la sordina.
Otra frase vulgar. Y una ignorada
turbación para mi alma peregrina.

Cuando tuve en mi mano la enguantada
manita tuya, virginal y fina,
hallé una complacencia enamorada
en la paz de la hora tardecina.

En un arrobamiento, mi alma inquieta
cautiva se sintió de tu silueta
cuando rítmicamente te alejaste.

Y, avaro de tu huella fugitiva,
gocé la extraña posesión furtiva
del jirón de perfume que dejaste.

En la Biblioteca Nacional – Como conocí a Mariátegui - Oiga 13/06/1994

Basadre tenía 12 años cuando conocía a Mariategui. Era un escolar.

EL primer recuer­do de la Biblioteca Nacional se re­monta a los años 1914 o 1915, sin duda, más probablemente en este último. Quise ir a leer allí; pero fui rechazado por no tener la edad mínima necesaria para gozar de ese privilegio. En conmemoración del episodio, dispuse que la primera sala de la nueva Biblioteca Nacional abierta al público en 1947 fuese la del Departamento de Niños.

Obtuve de mi familia una carta para el director, que era don Luis Ulloa. Este, con gran bondad, dispuso que se me diera una mesa en su propio despacho. Allí cono­cí a José Carlos Mariátegui, contertulio habitual de Ulloa entonces. 'Debe ser estudia­da la influencia que don Luis pudo ejercer sobre José Car­los. Lo aquí narrado debe ser coincidente con las vaca­ciones del colegio, pues re­cuerdo haber acudido a la Biblioteca durante las tar­des. Cuando Ulloa renun­ció, por desacuerdos con el gobierno de don José Par­do, ya no volví, pues carecía de relaciones con su suce­sor, Manuel González Pra­da.

(Extraído de 'La vida y la Historia')

Alumno en la Universidad Católica - Oiga 13/06/1994

Guillermo Rouillon indago por que JCM quería aprender latín.

TRAS su consagración literaria, Mariategui se matricula en la Universidad Católica, recientemente establecida por el reverendo padre Jorge Dintilhac SS.CC., de nacionalidad francesa, en calidad de alumno libre para seguir las asignaciones de latín y filosofía escolástica.

Indudablemente que esta decisión en José Carlos produ­jo cierto asombro y hasta diría­mos desconcierto entre sus cófrades colónidos y dirigen­tes obreros con los cuales man­tenía relaciones de amistad. Sobre todo, si se tiene en cuen­ta su actitud de autodidacta y recalcitrante antiacademista que venía propiciando. Pero está claro, ello respondía al dualismo que caracterizaba su conducta. Aunque por otra parte debemos reflexionar acerca de aquella frase prove­niente de José Carlos: "Desde muy temprana edad salí en busca de Dios". Y naturalmen­te, según su dilecto amigo y maestro, el reverendo padre Pedro Martínez Vélez O.S.A., español –principal y constante animador de la obra del padre Dintilhac–, la Universidad Ca­tólica constituía uno de los in­contables caminos que de he­cho conducen ante el Ser Su­premo. Aquel sacerdote, con­vertido en una especie de director espiritual de Juan Cro­niqueur, lo catequiza y lo in­quieta a inscribirse en ese cen­tro de estudios. Era ciertamen­te Mariátegui un creyente fer­voroso.

Gracias pues a su amigo y colega Carlos Pérez Cánepa, director de las revistas Lulú y Mundo Limeño, José Carlos conoce al padre Martínez Vé­lez. Este sacerdote agustino ha­bía escrito el prólogo del libro de Pérez Cánepa: 'Horas de misticismo, de dolor y de mis­terio'. Además, Juan Croni­queur era un asiduo y entusias­ta lector de los artículos que publicara el mencionado sacerdote en la prensa local; en­tre ellos recordaba 'La poesía religiosa', dada a la estampa en la revista Cultura (Lima, 1915).

También concurría para aprender latín, el inseparable amigo de Juan Croniqueur, César Falcón. Ambos jóvenes periodistas, entre clase y clase, dialogaban con el profesor so­bre temas de palpitante actua­lidad. No olvidemos que este maestro, aparte de sus dotes intelectuales, era tolerante con los hombres de ideas contrarias a las de él. Más de una vez hubo de conversar y discutir, cordialmente, con don Manuel González Prada, quien por esa época ejercía la dirección de la Biblioteca Nacional.

Cabe admitir, por otro lado, en cuanto a las causas que lle­varon a matricularse a Mariá­tegui como alumno de la Uni­versidad Católica: la utilidad del latín para un mayor conoci­miento del idioma castellano y en el caso de los estudios filo­sóficos, la inquietud que empe­zaba a apoderarse de él por tal disciplina. Conviene no dejar de mencionar otro móvil (aun­que de menor valor), pero esencial, para comprender la disposición de José Carlos. Y es el hecho de que deseaba, con ahínco, alcanzar superioridad sobre sus parientes pa­ternos mediante la inteligencia cultivada.

(Extraída de “La creación heroica de José Carlos Mariategui”. Tomo I: “La edad de Piedra”).


El ambiente cultural - Mariátegui y el 900 - por Hugo Neyra - Oiga, 13/06/1994

Mariategui falleció, como se sabe, en abril de 1930. El fervor de los homenajes dedicados a su centenario, actualiza una antigua inte­rrogante: ¿por qué la izquierda perua­na, pese a su abundante producción editorial y periodística, no ha sido ca­paz de producir, 60 años después, otro Mariátegui? ¿Ha faltado, acaso, ese mismo ambiente cultural en el que sur­gió el Amauta? Tal interrogante fue planteada por Hugo Neira en 1973, en un sugestivo ensayo sobre la producción cultural en el Perú, escrito como colofón al segundo tomo de la antología de textos de Mariátegui editada por Peisa. Su título: 'Y después de Mariáte­gui, ¿qué?'. Reproducimos un extracto de ese extenso ensayo, considerando que aquella antigua pregunta sigue sin recibir respuesta.

PARA nosotros, las etapas de la cultura política pe­ruana son otras. Abren lamarcha, sin duda los trabajos de los 'novecentistas', marcados por el positivismo filosófico y absorbidos políticamente por la idea-fuerza de una 'democracia elitaria', un representativismo conservador, un reformismo eficaz sin trastocamientos sociales. Constituyen el más lúcido y completo planteamiento de las derechas cultas en lo que va de corrido el siglo. En segundo lugar, se abre la fundación revolucionaria, el programa de cuestionamiento y la promesa de un socialismo creador de José Carlos Mariátegui. En el mismo período –tienda aparte– el pensamiento social aprista. Por último, la etapa actual caracterizada por el imperio de los legados inconclusos y la dispersión contemporánea de los trabajos de ciencias sociales, la ineptitud para distinguir lo particular de lo universal, y en fin, cierta deficiencia en captar la emoción actual de las grandes ideas contemporáneas, unida a una patética regresión al academismo, contraria al espíritu antiuniversitario de Mariátegui.

Este es pues, el tema de este ensayo. Un ensayo sobre los grandes ensayos que componen el cuerpo de las ideas políticas peruanas en el siglo XX. Y que paradójicamente parecen haberse escri­to todos entre 1900 y 1932. Es decir, desde el primer libro de Francisco García Calderón (Le Perou Contemporain, 1907) al último –políticamente hablando– de Víctor A. Belaunde (Meditacio­nes Peruanas, 1932). Este es también un ensayo sobre los no-ensayos, no hay otra manera de decirlo. Hay que leer los silencios, la ausencia de textos y libros de pensamiento teórico que continuasen de manera significativa en la cultura peruana, la triple fundación de los años 30: marxista, aprista continentalista, conservadora. Ese fue un momento excep­cional de la cultura política peruana. Cuando, en 'Amauta', Mariátegui pole­miza con Haya de la Torre y éste con el cubano Mella; cuando Víctor A. Belaun­de, que conocía su Pascal, dedicaba un libro a refutar los ‘Siete Ensayos’. (¿Quién de la derecha lo haría ahora?). No podemos evitar la nostalgia. Es un Perú aquél, sólido en el plano de las ideologías, rico, activo, en ebullición. Lo desconocemos. Nos confunde. Esas corrientes ideológicas llenas de vigor y que trascendían largamente el debate nacional, arrancaban de una sociedad mucho más débil que la nuestra. Es evidente, el Perú de esos años tenía menos alfabetos urbanos, menos cuadros profesionales, menos lectores de diarios y revistas; ape­nas había vida cívica, las 'mass comunica­tion' no existían. ¿O será que a despecho de todo eso, las superestructuras (insti­tuciones, modas culturales, pautas de consumo) eran cualitativamente mejo­res que las nuestras? Queda por diluci­dar, pues, la base real donde prosperan esas producciones ideológicas.

Ahí se conforma –ligada a la primera política de masas de este país– la forma­ción especial de las ideologías predomi­nantes, para bien o para mal, del Perú actual; y que nos siguen condicionando. Tenían un doble propósito, novecentis­tas y reformadores sociales. Apuntaban hacia la definición de la sociedad perua­na, al conocimiento, a la producción de ideas, concebida como interpretación (defensa o ataque del orden social) y elaboración de conceptos. Es decir, de un cuerpo doctrinario, de un 'episteme' propio, nacional. Y sin embargo, accesi­ble. Porque es preciso decirlo, qué bien escritas están las páginas de Le Pérou Contemporain de Francisco García Cal­derón, como se adivina examinando el índice, un esquema claro, sencillo, se­lectivo en la exposición de ese Perú fini­secular, visto por un discípulo sudameri­cano de Comte. Qué redondas las pági­nas donde el socialcristiano Víctor A. Belaunde vuela a refutar en un tema como el religioso y el místico, a José Carlos Mariátegui y sus apreciaciones sobre la conquista española en Indias. Y en este último, cuánto rigor y qué encan­to, al mismo tiempo, en una prosa sen­tenciosa, nerviosa, directa, tenso el esti­lo y la conciencia ante los aspectos con­tradictorios del mundo, para englobarlos en un pensamiento 'en sí mismo no-contradictorio', como lo quería Hegel...

El papel de los novecentistas en el movimiento de ideas de los tiempos pre­sentes es indudable. "De la formulación de las premisas de García Calderón en Le Pérou Contemporain arranca toda la moderna inquietud interpretativa de la realidad histórica y social del Perú'', dice Raúl Porras en Fuentes Históricas (1954). Hallando continuidad en las obras de Víctor A. Belaunde, como 'La Crisis Presente', 'La Realidad Nacio­nal', 'Meditaciones Peruanas' y 'Peruanidad' con los artículos de Mariátegui en 'Peruanicemos el Perú' y a los trabajos primeros de Jorge Basadre, tales como 'Perú: Problema y Posibilidad' y 'Meditaciones sobre el destino histórico del Perú', creando un solo 'continuus' inter­pretativo.

En efecto, es probable que Mariátegui, con espíritu polémico, estuviera respondiendo a los libros de los novecentis­tas precedentes, particularmente a los trabajos de Víctor A. Belaunde, sus con­ferencias de 1914 y 1917; al desarrollar las tesis de los 'Siete Ensayos'. Y en el comentario internacional no olvidará las crónicas europeas de os García Calderón, de 'Profesores de Idealismo'. Y cómo éstos, aunque con contenido dis­tinto, se ocuparán de Jaurés, el socialista francés más importante de esos años.

Pero esa polémica secreta entre la generación del centenario y la del 900 no evita nuestra pregunta esencial. ¿Por qué estos últimos constituyen, a su vez, una tradición ideológica trunca?

Hay en Mariátegui, muchas lecciones, varias curas de salud. Quizá sea necesario desmadejadas de a pocos. Resalta, en primer lugar, el doble signo de lo nacional y lo internacional en su legado socialista. Que desde el punto de vista hermenéutico, quieren decir, los 'Siete Ensayos' y 'Defensa del marxismo'. Esto es, la necesidad de atender, simultá­neamente, la disección crítica de la reali­dad nacional y la simpatía por el movi­miento ecuménico de ideas. Ello implica los esfuerzos de una misma conciencia por ir de las ciencias de los empíricos a las grandes ideas filosóficas, religiosas y científicas en boga. Y viceversa, hacia lo empírico, lo banal, lo inmediato. ¡Y cómo se ha olvidado en los años últimos esta exigencia de doble signo mariateguista! La no-observancia de esta tarea bifron­tal, ha conducido directamente a las de­formaciones del presente. De un lado, a los cientismos cerrados, provincianos. Del otro, a los marxismos especulativos, desconectados de lo real. A veces, contra lo real, 'marxismos imaginarios'.

No obstante, en Mariátegui, la pre­ocupación por el clima de ideas, por la cultura viva de su tiempo, no debe ser entendida como una preocupación de 'diletante', de europeísta, en suma. Abun­daban entonces los 'croniquers' que des­de las capitales europeas escribían sobre la actualidad, acerca de los 'signos y obras' de esos días. Mariátegui dejó de ser tempranamente eso, un croniquer'. Y bien ¿para qué seguía, pues, el debate universal? Para construir sus epístemes. Únicamente la actualidad internacional y su relato eran un camino para ir hacia las ideas rectoras. Mariátegui transformó un recurso banal, una suerte de literatura de viajero informado, harto frecuente, por lo demás, en los hábitos mentales y estéticos de la burguesía culta de su tiempo, en una operación cultural severa, de la más alta exigencia. Recurso con el que al mismo tiempo se cubría las insuficiencias intelectuales e informativas del medio peruano y se devolvía a este mismo me­dio, trasmutando en crónicas y ensayos, la elaborada observación de la escena contemporánea y el análisis de las nue­vas tendencias estético-filosóficas y polí­ticas. He aquí lo que debemos destacar en el plano de la realidad y del pensa­miento, un Mariátegui despierto, comu­nicante.

¿Quién ha ejercido, a su muerte, tal vigilancia? ¿Quién ha socializado el saber?

Leguía según Mariátegui - Oiga 13/02/1994

“Ya se están viendo los primeros frutos del gobierno formado con tales hombres. Se ha hecho retrogradar al país al individualismo gubernamental. Se ha subordinado la autoridad del Congreso al capricho del presidente de la republica” (José Carlos Mariategui, agosto de 1919).

TRADICIONALMENTE se ha considerado campo minado las relaciones entre Mariátegui y Leguía. Pero esa apreciación olvida el conjunto de artículos de notable valentía, escritos con pluma fina, desde que se produjo el golpe del 4 de julio de 1919. Mariátegui escribía en 'La Razón', con su inseparable amigo César Falcón. Desde antes, incluso, al golpe, Mariátegui escribe desafiantes artículos contra el candidato Leguía, calificándolo de tradicio­nal y recordando las arbitrariedades cometidas en su primer gobierno (1908-1912) como una pésima carta de recomendación. Aquí hemos seleccionado solamente tres de sus artículos, escritos con posterioridad al golpe de Leguía y que considera­mos tienen una insólita vigencia para los tiempos que vivimos en el Perú. El redescubrimiento del joven Mariátegui exige un esfuerzo mayor para desempolvar los artículos publicados en 'La Razón'. A falta de una colección completa, parte de ellos han sido publicados por los hijos de Mariátegui en el octavo tomo de los 'Escritos Juveniles, que acaba de salir. Nosotros hemos extraído estos textos del excelente libro de Juan Gargu­reuich sobre 'La Razón' de Mariátegui y de la antología elabora­da por Alberto Flores Galindo y Ricardo Portocarrero, 'Invita­ción a la vida heroica'. Recojamos, sin más preámbulo, la moraleja del caso:

Leguía según Mariátegui - Oiga 13/02/1994

LA PAREJA CONSTITUCIONAL

El señor Leguía recibe diariamente una visita esclarecida, sistemática y puntual: la visita simultánea del general Cáceres y del general Cane­varo. Una visita que hasta este instante es una nota esencial de la nueva vida peruana. Una visita que consignan reli­giosamente los acuciosos periodistas palatinos.

El general Canevaro y el general Cáceres no llegan siempre a Palacio al mismo tiempo. Pero en Palacio se jun­tan siempre. Y salen, invariablemente, en compañía. Paralelos, marciales y legendarios, pasan bajo el umbral de la puerta de honor con la majestad de dos personajes que caminan hacia la gloria.

No es probable que las reformas constitucionales y las resoluciones anexas sean aderezadas con la colabo­ración bizarra y militar de los dos gene­rales de división del partido de la Breña. No es probable tanto. Pero es evidente, en cambio, que ambos generales llenan un gran rol en el régimen provisorio. Que son uno de sus órganos principa­les. No el cerebro, por supuesto; pero sí el corazón.

El general Cáceres y el general Ca­nevaro sienten que son algo así como los padrinos de la revolución. Y este título les enorgullece. Les enorgullece más que su grado de generales de divi­sión.

Sólo el general Canevaro no se con­forma con tener en la patria nueva este título único, Quiere que le conozcan un título más. Un título que cree haber ganado en buena lid. El título de primer vicepresidente.

El señor Leguía le ha prometido la validez de su vicepresidencia. Le ha dicho que la reforma constitucional no regirá en cuanto a las vicepresidencias, en el período próximo. Que debe aguar­dar tranquilamente la inauguración de la legislatura. Que no tiene motivo para temer una actitud irrespetuosa y atrevi­da de las mayorías parlamentarias.

Y claro, el general Canevaro ha re­cuperado desde ese instante toda su confianza en el presente y en el porve­nir de la república. Todo su convenci­miento de que es la segunda persona del régimen provisorio. Toda su certi­dumbre de primer vicepresidente.

Mancomunadamente con el general Cáceres entra y sale de Palacio. Dis­pensa favores y mercedes gubernamen­tales. Defiende los fueros de la cohorte de cesantes e indefinidos del partido constitucional. Auspicia las candidatu­ras de hijas, parientes o afines del cace­rismo. Y pone en las tertulias del gabi­nete presidencial la nota pintoresca de sus frases insignes.

Pero hay gentes que murmuran que el porvenir le reserva al general Canevaro una sorpresa desagradable. Y la sorpresa de que el Congreso, a pesar de los requerimientos del señor Leguía, desconozca su vicepresidencia. Los representantes, según dicen, no creerán, como el señor Leguía, que sea compatible la promulgación de la reforma que suprime las vicepresidencias con la pro­clamación de la vicepresidencia del ge­neral Canevaro. El único que lo continuará creyendo será el señor Leguía. Si es que el señor Leguía lo cree efectiva­mente...

('La Razón', 19 de julio de 1919)

Leguía según Mariátegui - Oiga 13/02/1994

DEMOCRACIA NUEVA

AHORA sí resulta evidente que hemos cambiado de régimen elec­toral. Antes creíamos que el régimen electoral del señor Cornejo era con ligeras variaciones, el mismo régi­men electoral de la patria vieja. Pero nos equivocábamos. El cambio de régi­men electoral es indiscutible. Hemos evolucionado bruscamente de la elección al nombramiento.

Antiguamente la elección era más o menos convencional y más o menos restringida. No era, en la generalidad de los casos, elección del pueblo; pero era, por lo menos, elección de los ma­yores contribuyentes. Era una elección plutocrática; pero era una elección de toda suerte. El favor del gobierno no era definitivo. Claro que los candidatos pro­curaban siempre contar con él. Más lo que procuraban sobre todo, era contar con los mayores contribuyentes. Los contribuyentes eran los electores. El favor del poder servía sólo para facilitar su captación y conquista.

Próximamente no habrá elección. Habrá nombramiento. En vez de unos pocos electores, los contribuyentes, ha­brá un solo elector: el gobierno. Y, como es sabido, la elección por el go­bierno no se llama elección. Se llama nombramiento.

El cambio del régimen electoral no puede ser, por consiguiente, más os­tensible.

El señor Cornejo protestará de estas apreciaciones. Pondrá el grito en el cielo defendiendo su reglamento. Pero qué vamos a hacer. Estas apreciaciones no son nuestras. Son de los candidatos a representaciones parlamentarias. Los candidatos convienen, por unanimidad, en que ya no se necesita para ser elegi­do representante la voluntad de los con­tribuyentes. En que no se necesita sino la voluntad del gobierno. Las represen­taciones por Lima parecen la única excepción. Parecen nomás.

Se oye en la calle comentarios ex­presivos:

–Bueno. Pero si el cuadro de ubica­ciones del gobierno provisorio va a ser un cuadro decisivo, ¿por qué no se simplifica el procedimiento electoral? ¿Por qué no se designa por medio de un decreto el personal del Congreso? ¿Quién le discutiría dentro de esta situa­ción, al señor Cornejo, la legitimidad de un decreto de esa clase?

Y se oye otros comentarios más so­carrones todavía:

–¡Es que el señor Cornejo cree que el país no está preparado para tanto! ¡Es que el señor Cornejo no considera que la cultura del país haya progresado lo suficiente como que un gobierno revo­lucionario, renovador y científico elija austeramente a los senadores y diputados!

Esta malévola impresión ciudadana no llega, como es natural, hasta el doc­tor Cornejo. El señor Cornejo se halla dentro de una atmósfera demasiado ideal para enterarse de las murmuracio­nes taimadas y burdas de las muche­dumbres callejeras. El señor Cornejo sigue todavía encima de toda suspicacia y de toda incredulidad del vulgo. Pasa por el centro de su limousine, totalmen­te desconectado de la pequeña realidad mestiza. Pasa convencido de la demo­cracia absoluta de su régimen electoral.

Nada importa que por su despacho de ministro de gobierno desfilen diaria­mente, indiferentes a sus teorías dialéc­ticas, los candidatos a un puesto en el encasillado leguiísta...

('La Razón', 26 de julio de 1919)




Leguía según Mariátegui - Oiga 13/02/1994

La Patria Nueva

Un personal senil y claudicante ya está plasmada la fisonomía del régimen de la 'Patria Nueva'.

Ha habido una serie de indecisiones de tropiezos y tanteos para formarla. Se ha formado como no podía dejar de formarse. Como era inevitable que fue­ra. Algunos ingenuos pensaron en un régimen de renovación efectiva. Creye­ron posible la organización de un go­bierno sano y fuerte, nuevo, idealista.

Olvidaron, por supuesto, que los go­biernos de esta índole son gobiernos de opinión. Se funden en el crisol del ardor popular. No de un ardor histérico y circunstancial. Sino en el convenci­miento cálido y adoctrinado de la masa colectiva.

El señor Leguía no se preocupó ni mucho ni poco antes de llegar al poder, de formar ese volumen de opinión ciu­dadana. Creyó que le bastaba para constituirse en gobierno las alharacas y las desordenadas actividades de sus par­tidarios. Y efectivamente ha sido así. El señor Leguía ha llegado al poder. Pero no ha conseguido formar un gobierno de verdad. Para conseguir esto debió anticipadamente formar un núcleo po­tente y disciplinado, unido por el nexo de la doctrina y por la unanimidad de la aspiración ideal. En brazos de esa meso­cracia ignorante y alucinada que lo ha seguido no podía sino llegar al poder. Y llegar al poder es muy poca cosa para un hombre con vastas aspiraciones, con clara conciencia de su deber histórico, con profundo concepto de su misión en la vida pública, con aguda percepción de las corrientes sentimentales de su tiempo y con talla, en fin, de verdadero héroe popular. Muchos estadistas se han inmortalizado y viven en la memo­ria de los pueblos sin haber escalado jamás los grados del poder.

Cómo se ha formado la plana ma­yor del gobierno leguiísta.

No forma la plana mayor de la banda del señor Leguía ningún ejemplar de esa turbulenta y bulliciosa fauna partidista que en su nombre aturdió al país durante tres años. Toda esta banda de sus partidarios ha quedado en la zaga. La plana mayor se ha formado de tipos clásicos. De hombres catalogados. De figuras gastadas en la vida pública, que han experimentado los desengaños del funcionarismo y el desprecio del país.

No hay un solo hombre nuevo en el alto grupo del gobierno. No hay ni una inteligencia joven ni una arrogancia pri­maveral. Tampoco hay ímpetus de renovación. Se amalgaman allí los nom­bres de fatales horas pretéritas. Hom­bres que no pudieron mantenerse a flote en los vaivenes de la política de acomodos, transacciones y vergüenzas que han llenado las tres últimas décadas de nuestra historia republicana.

Todos los hombres que pensaron y se alimentaron para una lucha moder­na y elevada. Para la gran controversia de las ideas y las doctrinas. Que creye­ron que el tiempo nos traería un aliento de modernidad y de efluvio de idealis­mo. Nuestro propio pueblo que ha sen­tido las urgencias infinitas de la vida nueva del mundo. Todos éstos absolu­tamente todos, se sienten a esta hora defraudados y vencidos.
Otra vez vuelven a ser primeras figuras de gobierno nacional el general Canevaro, el señor Malpartida y el señor Villanueva, el señor Valcárcel y el señor Torre González. Estos son los prohom­bres del gobierno actual. Son los mismos hombres fracasados en la función pública. Son los mismos hombres que en hora iluminada, se borró del escala­fón político. Son los negros autores del atraso del país. Son los incapaces, los protervos, los que arrancaron al pueblo todos sus derechos y toda la libertad, los que han llegado al borde del sepulcro sin dejar más que una pantanosa huella de su paso por la vida gubernamental. Estos son los prohombres del señor Leguía.

¿Puede hacerse con estos hombres un gobierno propulsor y moderno? El señor Leguía no es un genio. No es un talento. No es una cultura. Es apenas un hombre inteligente e intuiti­vo, avezado en asuntos comerciales y en las habilidades de la política criolla. ¿Puede con estos sencillos elementos mentales imponerse a su estado ma­yor? Seguramente no. Junto a él están los hombres expertos en todos los sub­terfugios y en todos los vicios. Los hombres responsables de muchos delitos y signados por todos los pecados. A estos hombres no puede vencerlos sino el ostracismo. El alejamiento permanente del poder. Rodeado por ellos, el señor Leguía tendrá que sucumbir inevitable­mente. Y sucumbiría también sin ellos. Porque el señor Leguía no representa en el gobierno un volumen de opinión adoctrinada. Representa sólo un crite­rio personal y el apetito de mucha gen­te. Cuando el señor Leguía cambiase su estado mayor, lo formaría con los hom­bres de 1910. El país, entonces, no podría saber si la incapacidad por ignorancia y por inmoralidad es peor a la incapacidad por senectud y por perver­sión.

Ya se están viendo los primeros fru­tos del gobierno formado con tales hom­bres. Se ha hecho retrogradar al país al individualismo gubernamental. Se ha subordinado la autoridad del Congreso al capricho del presidente de la repúbli­ca. Se ha constituido un pequeño orga­nismo burocrático para la fabricación de representantes. Y se está realizando la más tranquila y segura imposición electoral que se ha efectuado en la repú­blica.

Así comienza la era de la Patria Nue­va. Comienza con la resurrección de hombres que debían estar políticamen­te inhumados. Con el resurgimiento de políticos de los que el país no quería acordarse. De los que es piadoso no acordarse. De los que ahora provocan una execración; pero, más tarde, cuan­do actúe directamente el siniestro caci­que de Cajamarca o el torvo ministro de Santa Catalina provocarán la verdade­ra revolución del pueblo. Tal vez por esto, sería mejor que actuasen pronta­mente.




La escena contemporánea - Oiga 13/06/1994

El primer libro de Mariá­tegui 'La Escena Contem­poránea' (1925), reúne, básicamente, cinco artí­culos publicados en la revista Mundial' y varios –otros– en 'Variedades', du­rante los años 1923 y 1925. En esta obra primigenia, de estilo ágil y límpido, se proyectan –con el mismo Amauta lo señalara en el prólogo– sus 'impresio­nes' sobre diversos personajes e ideas del campo de la política internacional y literatura universal, pero sobre todo del mundo europeo.

La preocupación fundamental del pensador socialista, por aquellos días, desde su retorno al Perú, se define clara­mente por los temas europeos, cuyo desenvolvimiento y proceso conoce de cerca por haber radicado en Italia ("don­de desposó una mujer y algunas ideas"), Francia y Alemania, durante los casi cuatro años que anduvo por el viejo mundo como becario de bellas artes.

La primera obra de un escritor, como los dulces amores de la primera moce­dad, marca siempre una raíz y un derro­tero. 'La Escena Contemporánea' es pues, sin duda, un libro sobre Europa, aunque tangencialmente se refiera a cuestiones del oriente y plasme breves semblanzas de Rabinadrath Tagore y Gandhi. Es curioso observar que los no­vecentistas –generación anterior y con­testaría a la de Mariátegui, a quienes acusó de colonialistas y extranjerizan­tes– iniciaron su sólida producción ana­lítica con temas nacionales: José de la Riva Agüero con 'El Carácter de la Lite­ratura del Perú Independiente' (1905), Francisco García Calderón con el pri­mer ensayo orgánico sobre el país 'El Perú Contemporáneo' (1907) y Víctor Andrés Belaunde con 'El Perú antiguo y los modernos sociólogos' (1908), entre otros.

'La Escena Contemporánea' se ubica nítidamente en la línea de los apuntes y crónicas sobre corrientes ideológicas y hechos mundiales que Francisco García Calderón había iniciado en el Perú con 'De Litteris' (1904)y que había prestigia­do desde Europa, con 'Profesores de Idealismo' (1908), 'Ideas e Impresiones' (1917), 'Ideologías' (1919) y 'El dilema de la Gran Guerra' (1919) y proseguiría después con 'Europa inquieta' (1925) o 'La herencia de Lenin' (1929). Por entonces, el magisterio de García Calde­rón era continental y un estudioso de la eximia calidad y fina percepción del Amauta, no podía estar ajeno a su estilo ni a su obra.

La calificación de Mariátegui como 'europeísta' había sido alimentada, lenta e inconscientemente, por él mismo. A partir del 2.5.20 hasta el 23.4.22, enviaba puntualmente, desde la patria de Dante, al diario limeño 'El Tiempo', sus crónicas sobre diversos tópicos internacionales. Los textos de estas contribuciones se recogen en el tomo 15 de sus obras completas, bajo el título 'Cartas de Italia'. A su regreso al Perú, dicta 17 conferencias en la universidad popular 'González Prada', entre junio de 1923 y enero de 1924. El tema asignado, con un nutrido y detallado programa, denota su especialización: 'Historia de la crisismundial'. A la par, en la columna 'Figuras y aspectos de la vida mundial' de la revista Variedades', escribe semanal­mente, desde setiembre de 1923, sobre temas europeos y de la escena mundial que se derivan del análisis de los cables noticiosos llegados al Perú. El titulo con el que originalmente se anuncia su libro sobre hechos mundiales es el que co­rresponde a su columna de 'Variedades': 'Figuras y aspectos de la vida mundial'.

El contraste con las preocupaciones peruanistas que existían en el Perú des­de la obra inaugurada por la generación del 900, debió ser grande. A los estudios nacionales legados por los novecentis­tas, se aúna la profusa producción litera­ria sobre temas peruanos que realizaba la generación del Centenario. Luis Al­berto Sánchez había presentado 'Los poetas de la Colonia y de la Revolución' (1921), Castro Pozo 'Nuestra Comuni­dad Indígena' (1924), López Albújar 'Te­mas Andinos' (1924) y César Vallejo una novela corta 'Tragedia Andina'. César Antonio Ligarte había estudiado el pro­blema agrario peruano desde el remoto Incario hasta la República, Encinas la legislación tutelar indígena y Jorge Gui­llermo Leguía, Raúl Porras y Jorge Ba­ladre iniciaban su producción sobre te­mas nacionales. Inclusive un escritor de enorme talento y con larga residencia parisiense, como Ventura García Calde­rón, había publicado, en 1924, algunos cuentos sobre asuntos indígenas, reco­gidos bajo el título 'La Venganza del cóndor'. En este contexto profusamente peruanista, la dedicación de Mariátegui a temas internacionales, y su primer libro, aparecido en 1925, resultaron, pues, un poco extraños.

Según hemos podido observar, sólo desde setiembre de 1925 Mariátegui inicia su periplo como pensador perua­nista. Esto ocurre cuando se hace cargo de la sección 'Peruanicemos el Perú' de la revista 'Mundial', que tenía a su cargo Gastón Roger. A los 31 años empezó su meritoria carrera como ensayista.

En los '7 ensayos de interpretación de la realidad peruana' (1928), Mariáte­gui busca desterrar su imagen extranje­ra, y a nuestro modo, tiene éxito total. En la advertencia de este segundo libro suyo, anota: 'No faltan quienes me su­ponen un europeizante, ajeno a los he­chos y cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue de justificarme, contra esa barata e interesada conjetura. He hecho en Europa mi mejor aprendizaje'.

En 'La Escena Contemporánea', Ma­riátegui aborda el análisis de los tres grandes sistemas ideopolíticos entonces dominantes: el fascismo, la democracia y el socialismo. En estas pulidas y ágiles páginas, a la par del agudo escrutador, aparece el profeta, el fautor (terminó que gustaba utilizar) de una nueva esté­tica, espíritu y sentimiento de la revolu­ción. La influencia de Sorel y su teoría de los mitos como idea –fuerza se vislum­bra nítidamente.

Con cierta emoción, preconiza que la batalla final no será entre el fascismo y la débil democracia, sino entre dos movi­mientos alentados por la mística: el fascismo y el comunismo. En su concepto, la democracia liberal y burguesa es dé­bil, tímida, pálida, sin élan vital para la labor creadora y heroica. Es apática y carece del misticismo, revolucionario o reaccionario, de esos otros dos siste­mas. Cuando traza la semblanza de Lloyd George, Mariátegui describe, en puridad, su cuestionamiento de la de­mocracia.

El hábil político inglés, en la pluma del Amauta, se torna en un típico representante del 'compromiso', de la tran­sacción, de la reforma'.

Mariátegui pronostica en su primer libro la consolidación de la revolución socialista en Rusia y, en sentimientos mejor explicitados en otras obras, pre­coniza su conversión como nueva na­ción dominadora del mundo. Siguiendo los anuncios de Marx, Mariátegui, meti­culoso analista del fenómeno fascista, se permitía vaticinar que Alemania será el segundo país soviético. Y que democra­cia, acorralada, no pertenecería a las sensaciones del presente ni del futuro.

Seguro ha de hablarse hoy de una 'nueva escena contemporánea', a raíz de la caída del socialismo, en 1989. Pero la 'nueva escena contemporánea' que rom­pe el esquema y los pronósticos bélicos de Mariátegui, se deben ubicar en 1945, cuando la victoria de los aliados sobre el fascismo en la segunda guerra mundial demostró el vigor de los países demo­cráticos. El mundo real y de los hechos, a los cuales dedicó su pluma en 'La Escena Contemporánea', ya se habían encaminado desde 1933 por rumbos inimaginados: la ascensión al poder de Hitler, poseído de esa mística, resultó una verdadera pesadilla.

Sobre el mundo socialista que Mariá­tegui presentía como arquetipo de la sociedad futura, pocos quizá pudieron prever que comenzaría a derrumbarse con estrépito, una mañana de 1989, cuando el Muro de Berlín caía a peda­zos. Y la lucha final, que fue la lucha entre el socialismo y la democracia, fue ganada por la democracia.

El marxismo de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

El presente artículo per­sigue situar el pensamiento mariateguiano en su horizonte tempo­ral con el objeto que, desde el presente, sea interrogado sobre su validez para los desafíos de una época diferente. Resulta de sumo interés inda­gar su concepción del marxismo y los elementos teóricos que le permitieron aproximarse y 'descubrir' la realidad. Pese a las múltiples lecturas posibles y a los abundantes libros y estudios publi­cados, creernos que todavía queda en pie la vieja pregunta: ¿a qué marxismo se adhirió Mariátegui?

En 1980, a propósito del 50 aniver­sario de su muerte, se encendió una viva polémica en torno a esta interro­gante. Los trabajos de José Aricó y Alberto Flores Galindo pusieron en evi­dencia algo que los años, la rutina y las conductas políticas habían soslayado. Que Mariátegui, ya entonces el escritor más leído del medio, deificado por una izquierda que irrumpía con fuerza en el escenario político, había sido un hete­rodoxo dentro del marxismo.

Gracias a Aricó y a Flores se quebró la idealizada imagen de un Mariátegui que desde sus inicios se adscribe a la ortodoxia 'marxista-leninista', cuajada en la URSS en los años 30, tras la derrota de la oposición y el triunfo de Stalin, y convertida posteriormente en la línea oficial del llamado movimiento comunista internacional. En el Perú, aproximadamente desde 1942, Jorge del Prado, discípulo de Mariátegui, quien por esos años había ganado la hegemonía dentro del PC, llegó a con­vertirlo sin más en un 'marxista-leninista-stalinista'.

La paulatina revalorización de Mariátegui se produjo a medida en que el comunismo soviético relajaba sus otro­ra rígidos controles ideológicos. Y así, con el tiempo, Mariátegui ingresó al santoral del socialismo peruano y latinoamericano. Precisamente, esa ima­gen totémica, oficialista, tersa y sin contradicciones, fue derrumbada, entre otros, por Aricó y Flores. Pero esa la­bor desmitificadora es insuficiente y ha quedado a medio, camino. El marxismo de Mariátegui que ellos levantaron, con­trapuesto al supuesto Mariátegui 'mar­xista-leninista' de la ortodoxia, ¿qué va­lidez tiene para entender y afrontar los retos de la realidad nacional, cuando la caída del muro de Berlín ha transforma­do radicalmente el mapa político del mundo? ¿Cómo contribuye el 'mariate­guismo' a la tarea de renovar el pensa­miento socialista (si todavía es posible) en esta fase poscomunista, que ha he­cho saltar las certezas más elementa­les?

La crisis no se inicia, en realidad, en 1989. Después del mayo francés del 68, se hizo evidente la esclerosis inter­na del sistema comunista. El dinamismo de los países del 'socialismo real' se había trastocado en estancamiento, a la par que el universo ideológico marchito por la inquisición staliniana, está total­mente fosilizado. Sólo se producían 'manuales', que traducían un saber sin brío y vulgar.
Los 70 marcan un reimpulso del pensamiento marxista. Se cree que la crisis capitalista se va a expresar por la periferia, revalorándose las revolucio­nes tercermundistas. En este cuadro, hay un renacimiento intelectual del mar­xismo. Aparecen nuevos teóricos (Al­thusser, Anderson, Lowy, Della Volpe).

Pero quizá la nota más valiosa de este esfuerzo sea el redescubrimiento de lo que Michael Lowy llamó 'marxistas olvi­dados'. Figuras señeras como Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Antonio Gramsci, el joven Lukacs, produjeron sus mejores obras estimuladas por esos intensos años que abarcan la crisis 'fine sicle', la guerra mundial y la revolución de octubre, pero que se ajustaron al patrón escolástico que se venía gestan­do. La riqueza y potencia de sus ideas contrastaba con la aridez del marxismo posterior. Su recuperación oxigenó el horizonte conceptual.

Mariátegui pertenece a esta estirpe. De ahí el interés por revalorar su pensamiento más allá de nuestras fronteras. Y el hecho de proceder de un país periférico, como el Perú, no lesiona para nada su originalidad. Por el con­trario, el interés por el marxismo de la periferia ayudó a divulgar la obra y el pensamiento de Mariátegui en los me­dios europeos.

Ahora bien, la desmitificación ope­rada por Aricó y Flores apuntó a la creación de un nuevo paradigma: el 'mariateguismo', una forma original, creadora y abierta de asumir el marxis­mo. Y, con diferencias y muchos mati­ces, toda una generación de escritores y políticos ha sintonizado con este espíritu, con este enfoque, con esta aproximación. Se habla así, hasta hoy, de Mariátegui como portador de un marxismo 'crítico', 'no dogmático', 'abierto', 'voluntarista y no determinista'. Pero, más allá de las frases y las buenas inten­ciones, el problema es si ese 'Mariateguismo' puede ser la criba, el instru­mento para la renovación política e ideológica que el momento requiere.

Es ahí cuando expresamos nuestras reservas. El marxismo 'crítico' de Ma­riátegui, como el de 'los olvidados', fue tal frente al marxismo positivista, natu­ralista y evolucionista que ganó al socia­lismo de la II Internacional en los últi­mos lustros del siglo XIX. Por eso abre­vó de fuentes tan ajenas a la tradición marxista como el idealismo de Croce, Gentile y Gobetti. Por eso reivindicó a Sorel y lo colocó a nivel de Lenin. Y por eso afirmó: "Superando las bases racio­nalistas y positivistas del socialismo de su época, encuentra en Bergson y en los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria" (Defensa del marxismo, p. 17),

Precisamente, este marxismo que se nutre del irracionalismo, de la filosofía vitalista de Bergson y del pragmatismo de William James, no parece una herramienta apta para superar los retos de la política contemporánea. La exaltación revolucionaria, el voluntarismo políti­co, e incluso el irracionalismo, predo­minantes en la política de comienzos de siglo, dieron como resultado el bolche­vismo, por un lado, y el fascismo, por el otro. Mariátegui lo explica nítidamen­te. Además, la crisis actual exige algo mucho más significativo que una simple alternativa a la fosilización del 'marxis­mo-leninismo'. Avivar el fuego del mar­xismo aprisionado en la escolástica so­viética con el paradigma del 'mariateguismo', pudo tener significado en 1980, pero carece totalmente de sentido en estos tiempos.

El llamado marxismo 'crítico', que seduce por sus rasgos heroicos, la esta­tura intelectual de sus mentores y la honestidad de sus planteamientos, con­tiene yerros vitales que a la postre com­prometen sus virtudes. Es evidente su falta de realismo y su poco sentido prác­tico. Su culto por la acción, por la praxis, paradójicamente se disolvía en la filosofía, en las generalidades, sin traducirse en programas y aparatos or­ganizativos para la actividad política. Por eso Korsch, Gramsci, Luxemburgo, Lukacs y otros representantes de esta corriente, al igual que Mariátegui, no tuvieron éxito en el terreno práctico. Su aparato conceptual pecaba de unila­teralidad. Al lado de la exaltación, de lo heroico, del asalto al poder, del mo­mento revolucionario, se omitió y des­preció el otro aspecto, el de los avances parciales, las negociaciones, las tran­sacciones y los acuerdos. La crítica fron­tal al socialismo parlamentario, en la que también participó Mariátegui, lo corrobora. De ahí la importancia del 'factor religioso' y la definición mariate­guiana del marxismo como fe, como religión, en vez de ciencia.

Antes que fosilizar nuevamente el pensamiento de Mariátegui, esta vez bajo la capa heterodoxa del 'mariate­guismo', ¿no sería conveniente explo­rar y recuperar críticamente las fórmu­las políticas de aquellos que contribu­yen a solidificar la convivencia demo­crática, a quienes Mariátegui criticó se­veramente en 'Defensa del marxismo': Kautsky, Jaurés, Vandervelde, Henri de Man, etc.? El 'mariateguismo', en­tendido como marxismo 'crítico', puede encontrarse en comprensibles aprietos. Pero es la única forma de renovar efi­cazmente nuestra concepción política y de adecuarla a los retos del presente. La, pregunta queda planteada.





La idea religiosa de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

“Espíritus demasiado críticos, demasiado racionalistas, demasiado enfats du siécle, no compartían la exaltación religiosa, mística, del bolchevismo” (José Carlos Mariátegui)

El pensamiento de José Carlos Mariátegui nos ofrece una serie de inte­resantes vetas para el análisis y la reflexión.

Una de ellas, sin duda importante y significativa para comprender el resto de su obra, es el tema religioso.

Para algunos pudiera resultar contra­dictorio que un pensador 'marxista con­feso', como se definía Mariátegui, tuviera en sus obras una aproximación valorati­va a lo religioso. Para entender esa apa­rente contradicción es fundamental que nos remitimos a algunos de sus trabajos, en los que define con claridad su concep­ción de lo religioso. Contrariamente a lo que se pueda pensar, no me estoy refi­riendo al capítulo 'El factor religioso' que integra el famoso '7 Ensayos', sino principalmente a 'Defensa del marxismo, que publicara a manera de artículos entre julio de 1928 y junio de 1929.

Para entender el concepto de lo reli­gioso en Mariátegui, es imprescindible remitirnos al pensamiento de Georges Sorel, que tuvo tanta influencia en su obra. Para Mariátegui, Sorel expresa "la verdadera pasión del marxismo en el sen­tido de revolución y continuación de la obra de Marx" al asimilar los aportes de la filosofía posterior, aportes que "vigori­zan el pensamiento socialista, restituyén­dolo a la misión revolucionaria de la cual lo había gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios".

Esta renovación del ímpetu y del sentido revolucionario del marxismo que alienta Sorel –nos dice Mariátegui– se expresa en la teoría del 'mito revolucionario', que "aplica al movimiento socialista la expe­riencia de los movimientos religiosos".

De esta perspectiva la religiosidad es, para Mariátegui, 'misticismo, pasión' y se constituye en fuerza central para lograr la revolución socialista. Mientras que el pensamiento racionalista del siglo XIX "pretendía resolver la religión en filoso­fía", el pragmatismo ha reconocido al sentimiento religioso "el lugar del cual la filosofía ochocentísta se imaginaba vani­dosamente desalojarlo". Y agrega: "como lo anunciaba Sorel, la experiencia histórica de los últimos lustros ha comproba­do que los actuales mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religio­sos".
Vemos así que en Mariátegui lo reli­gioso no corresponde a la definición pro­pia que implica el 'religare' (la religación del hombre con Dios) y que entiende la vida personal como una búsqueda de conformidad con el Espíritu de Dios, en­tendido como el Ser por excelencia. Para él, lo religioso se identifica, no con su sentido integral y trascendente, sino con el espíritu de adhesión firme y místico a un ideal inminente. Desde esta perspec­tiva valora a los santos y apóstoles del cristianismo, no por el contenido y la esencia de sus ideales, sino por su viven­cia y adhesión firme y consecuente hasta el extremo. En tal sentido, tal vez sería más propio hablar del espíritu 'místico y mítico' de Mariátegui antes de que su espíritu religioso. De ahí que alabe a la III Internacional porque alienta, en sus asambleas, "un misticismo muy próximo al de la cristianidad de las catacumbas".

Este fervor místico hacia el ideal revo­lucionario se lograría a través de la diná­mica 'proletaria de combate y de trabajo obrero bajo el rigor y disciplina de la fábrica capitalista: "La lucha por el socia­lismo eleva a los obreros, que con extre­ma energía y absoluta convicción toman parte en ella, a un ascetismo, al cual es totalmente ridículo echar en cara su cre­do materialista, en el nombre de una moral de teorizantes y filósofos". Ilustra la forja de este espíritu, al recordar que Luc Durtain, después de visitar la Unión Soviética, "si no podía encontrar en Ru­sia una escuela laica" era porque "le pare­cía religiosa la enseñanza marxista".

El fortalecimiento de esta mística se encuentra amenazado, piensa Mariáte­gui, por las desviaciones que representa "el socialismo ético, pseudo-cristiano, humanitario, que se trata anacrónicamente de oponer al socialismo marxista". El marxismo, afirma, "es totalmente extra­ño y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrópicas". Y si­guiendo a Sorel, reivindica al sindicato con institución central para promover una conciencia definitivamente socialis­ta, que promueva el "renacimiento de la idea clasista sojuzgada por las ilusiones democráticas del período de apogeo del sufragio universal".

Un elemento que debe considerarse con detenimiento es que la concepción mística o religiosa aplicada a la revolu­ción, no significa para Mariátegui la movilización anárquica de la masa obrera, ya que "la masa no es el proletariado moderno''. La genérica reivindicación que de ella hace el socialismo humanita­rio "no es la reivindicación revoluciona­ria y socialista". Precisamente, "mérito excepcional de Marx" es "haber descu­bierto al proletariado" y propugnar el socialismo como la "concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenían nada en co­mún con el romanticismo de quienes repudiaban, cual una abominación, la obra capitalista". Tal doctrina permitiría el entronque con el sentido místico que re­quiere el socialismo revolucionario, porque presenta, como "condición previa de un nuevo orden", "la capacitación espiri­tual e intelectual del proletariado para realizarlo a través de la lucha de clases".

Aspecto significativo de este 'espíritu religioso' es la concepción mariateguia­na del 'dogma' y la 'herejía' como referen­tes del proceso socialista. Obviamente su concepto del dogma no es el de la acep­tación de una verdad revelada por Dios, como lo propugna la religión. Para Ma­riátegui, el dogma es entendido como "la doctrina de un cambio histórico". Así, enfatiza más adelante: "Un dogmático como Marx, como Engels, influye más que cualquier gran herético y que cual­quier gran nihilista. Este solo hecho de­bería anular toda aprehensión, todo te­mor respecto a la limitación de lo dogmá­tico. La posición marxista, para el inte­lectual contemporáneo, no utopista, es la única posición que le ofrece una vía de libertad y avance". Aunque considera que el dogma no debe observarse como "un itinerario sino (como) una brújula en el viaje", más adelante afirma que para "pensar con libertad, la primera condi­ción es abandonar la precaución de la libertad absoluta", ya que "pensar bien es una cuestión de dirección o de órbita".

La 'herejía' constituye, en cambio, una forma de radicalización de la verdad del dogma, cuando éste se anquilosa, recu­perando sus virtudes esenciales: "En general, la fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus posibilidades de devenir en un dogma". De una u otra manera, se trataría de la aceptación radical de una verdad, asumida como guía de la revolución en la dinámica colectiva del proceso social, ya que la "herejía indivi­dual es infecunda". Así justifica Mariáte­gui el sorelismo: como un "retorno al sentido original de la lucha de clases, como protesta contra el aburguesamien­to parlamentario y pacifista del socialis­mo". Sorel propone el "tipo de herejía que se incorpora al dogma", "esclare­ciendo el rol histórico de la violencia" y perfilándose, por lo tanto, como el "con­tinuador más vigoroso de Marx en ese período de parlamentarismo social-democrático", donde la fuerza del mito re­sulta imprescindible para contrarrestar la "resistencia psicológica e intelectual de los líderes obreros a la toma del poder". Piensa así Mariátegui, identificando nuevamente la herejía en relación utilitaria con el dogma, que Sorel y su obra 'Re­flexiones sobre la violencia" han cons­tituido una decisiva influencia en Lenin, quien a su vez sería "incontestablemente, en nuestra época", el "restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista".

Hasta aquí hemos buscado analizar y precisar algunas de las interesantes características que adquiere la idea religio­sa en Mariátegui. Hemos podido percibir el espíritu agonista –como diría Unamu­no– de su pensamiento, al que considera­mos aspecto fundamental de su obra. Consideramos que es necesario profun­dizar su estudio, ya que ha constituido notable influencia en la configuración de las distintas tendencias del pensamiento marxista en el Perú, que se reclaman –sin excepción– mariateguistas, y de las con­secuencias tremendas que éste, en oca­siones, ha devenido sobre nuestra gol­peada sociedad.


JCM quiso un socialismo en libertad - Oiga 13/06/1994

Hijo menor de José Carlos, Javier Mariátegui Chiappe conversó con OIGA extensamente. Sus recuerdos iniciales, la difusión de la obra de Mariátegui, los obstácu­los e inconvenientes que esta difusión tuvo en los inicios, la ausencia de continuadores de su obra y la vigencia o no de los principales planteamientos de Mariátegui fueron algunos de los tópicos abordados en esta conversación. Políticamen­te, Javier Mariátegui sostiene que su padre abogó por un socialismo en libertad y que no habría tolerado los excesos y las arbitrariedades cometidas por el 'socialismo real' en nom­bre de la denominada 'dictadura del proletariado'. Veamos:

DOCTOR Javier Mariáte­gui, usted nació en 1928, ¿cuáles son sus primeros recuerdos de José Carlos Mariátegui?
–Mis recuerdos son simplemente amnésicos en lo que a mí concierne, porque un niño tiene recuerdos de su vida sólo a partir de los dos y medio o tres años, con fir­meza recién a los cinco 'memoria conso­lidada'. Al comienzo creí que algo me acordaba, pero eran ilusiones del recuer­do. Yo nací en la casa de Washington y fui un inocente testigo de la muerte. Con­forme crecía, asimilaba el entorno, a reparar de las etapas duras que la familia pa­saba, con cambios domiciliarios. Mi madre tuvo que ir desprendiéndose de muebles y otras cosas, para la subsistencia.

Hasta que pasamos a la calle Juan Pablo, donde mi madre pone una pensión con una vecina suya que vivía al lado de la casa de Washington. De eso sí tengo recuerdos nítidos.

Y del entierro, que fue muy impac­tante....
–Del entierro me cuentan que yo es­taba perplejo. Me habían informado que había muerto mi papá y que yo no en­tendía que era eso. No entendía el con­cepto de muerte como pérdida del ser. Me cuenta una prima, Amalia Cavero, que yo repetía en mi lenguaje incipiente que me apenaba que estuviera mi papá más enfermo, cuando en realidad estaba muerto.

¿Y cómo fue descubriendo, ya no a Mariátegui padre, sino a Mariátegui pensador?
–Es que yo estuve siempre cercano a todo ello. Un ejemplo puede servirle. Yo estaba aprendiendo a leer y en la casa había un depósito de libros con una ruma de tomos de la Poesía de Eguren, una antología de su poesía. Era una edición mala, con muchas erratas, y Mariátegui no quiso que se difundiera. Iba a hacer una nueva edición. Recuerdo que las pri­meras letras las aprendí con las poesías de Eguren, que entonces me pareció que era lectura para niños. Eso fue parte de un proceso. Muy pronto vi también los papeles que dejó Mariátegui, las cosas por hacer, y comenzamos a experimen­tar los cuatro hijos el reclamo de nuestra madre de que nosotros, al llegar a cierta edad, tendríamos para ocuparnos de la obra de José Carlos.

Ese trabajo sería nuestro, ocuparnos, apenas estuviésemos en condiciones y en edad aparente, de la obra de Mariátegui. Igualmente recuerdo de esa época la pre­sencia de Antonio Navarro Madrid, que estaba perseguido, y recuerdo que en el techo había un cobertizo y un aparato rústico de imprimir. Después me enteré que ese equipo, que para mí siempre fue misterioso, era un mimeógrafo donde se­guramente se imprimía algún tipo de ma­terial propagandístico. Alguna vez también Rabines, que estaba perseguido, es­tuvo escondido unos días en la casa de la calle Agricultura, y es cuando se decide ensamblar sus obras 'Defensa del marxis­mo' y El alma matinal que Mariátegui había dejado prácticamente listos, para imprimirlos en Buenos Aires. Ana le pi­dió a Rabines que ayudara en la prepara­ción, pero Rabines nunca tocó esos ejem­plares. Alguna vez le dijo: "Anita todo esto ya está rancio; todo esto ya ha sido superado".

¿Qué significaba 'rancio' y 'supera­do'?...
–Como añejo. Es que Rabines traía dos consignas: hay que 'Desmariategui­zar' el partido, y hay que 'desamautizar' el partido. 'Desmariateguizar' era liquidar la figura de Mariátegui y dejarlo ahí, qui­zá como un remoto precursor. Y 'desamautizar' era quitarle todo lo que tenía de amplitud cultural...

El aspecto literario...
–Así es. Rabines cumplía ciegamente eso. De nada valía la amistad que había tenido con José Carlos. Era un cumpli­dor ciego de las consignas del Buró Sudamericano de la Tercera Internacional y de Codovilla, el secretario general, particularmente.

¿Y por qué Anita, entonces, le pide colaboración a Rabines?
–Es que estaba perseguido, escondido en casa de las hermanas, y en ese lapso cae por la casa unos días. Los papeles estaban en el escritorio y mi madre me cuenta que le pidió ordenarlos para edi­tarlos y así cubrir incluso necesidades alimenticias nuestras, porque podía llegar algo de dinero por derechos de autor. Entonces había un cierto interés en pu­blicar esos libros, incluso por razones prácticas. Esperaba los originales en Bue­nos Aires Samuel Gliesberg de la Editorial Babel. Pero Rabines saboteó esa pu­blicación porque cumplía una consigna. Si no hay edición de los '7 Ensayos del '30 al '40, si los libros de Mariátegui no aparecen sino por nuestro esfuerzo, cuan­do nosotros entramos ya a 'la edad de la razón', es porque estaba vetado en Lima por la política represiva, en el exterior por los funcionarios de la Tercera Inter­nacional.

Entonces es cierto lo que afirma Jor­ge Andújar: que la gran difusión de Mariátegui fue obra de los hijos, en los año '50...
–Previamente nosotros hicimos, en 1943, la segunda edición de los '7 Ensa­yos'. Lo recuerdo porque yo estaba aún en el colegio, en el Maristas de Barran­co, y los hermanos españoles eran casi todos falangistas o franquistas. Cuando apareció esa edición, uno de mis herma­nos tuvo la ocurrencia de regalarle al más reaccionario de los curas un ejemplar y fui objeto de la burla y de la sátira de este cura por algún tiempo. Entonces el libro todavía era el 'libro rojo', el libro del escándalo. Había que tener cuidado...

O sea, estaba vetado por Rabines, y por el otro lado también...
–Vetado por la Iglesia. Vetado por la gente formal de derecha, por la gente oficial de gobierno. Si pudimos publicar los '7 Ensayos' en 1943 fue porque du­rante el gobierno de Prado la guerra se decidía a favor de los aliados y había un poco de 'oxígeno' democrático para ha­cerlo...

¿Y todos los amigos de Mariátegui, todo el grupo intelectual que se reunió alrededor de 'Amauta', todos los corres­ponsales en provincias, por qué no hubo entre ellos una repercusión de los '7 Ensayos' o de la obra de Mariátegui?
–Es que todo eso era como un siste­ma nervioso y Mariátegui era un centro: A su muerte, fue desactivado lo que 'Amauta' significaba como gran proyec­to, cultural y político, y se perdió todo. Esa es una de las razones por las que el Apra tuvo auge desde el principio. El Apra no existía en el Perú. Estaba con­formado por grupos de universitarios des­terrados en distintos lugares y eran en realidad muy pocos. La fuerza obrera, la fuerza organizada, la CGTP, todo eso respondía a Mariátegui.

Pero la CGTP estuvo después con Rabines...
–Estuvo con Rabines, sí, pero era gen­te radicalizada e inmadura, como dice Hugo Pesce en el prólogo a Ideología y Política. Se sintieron desorientados con la muerte de Mariátegui y muchos se fue­ron al Apra. Me contaba que él mismo se inscribió en el Apra porque había que militar. Caído Leguía, había que hacer algo. El país vivía una situación confusa.

Entonces, ¿se sintieron desorienta­dos por la caída de Leguía o por la muerte de Mariátegui?
–Pienso que las dos cosas. La muerte de Mariátegui fue la caída de su proyecto de partido socialista y la caída de Leguía fue un fermento que agitó la escena social, hay mucha fuerza en el debate, se discute mucho lo político, el país vivía la recesión del '29 al 32’... Es interesante ver cómo incluso comités del Partido Socialista fuera de Lima se transformaron en comités apristas. Como Rabines pre­dicaba la consigna "clase contra clase", había tipos conciliadores, que pensaban en una transición democrática y no se sentían cómodos en un Partido Comu­nista. Entonces optaron por el aprismo.

Aun así es curioso que el término 'mariateguismo', que era una palabra peyorativa con Rabines, fuese reivindi­cada por Jorge del Prado, alrededor del Partido Comunista nuevamente...
–Claro. Jorge del Prado habla de "vol­ver a Mariátegui", porque durante largo tiempo la expresión 'mariateguismo' era un modo de descartar gente y sindicarla negativamente, puesto que era un hete­rodoxo, como un hombre fuera de la lí­nea dogmática y de los cánones de la organización internacional. La difusión escasa del pensamiento de José Carlos se debe entonces no solamente a las difi­cultades económicas para hacer libros, porque se pudieron hacer en Buenos Ai­res, sino al saboteo sistemático de los comunistas que dirigían el partido y que obedecían consignas de Buenos Aires. Y hay que reconocer que ahí pecaron nues­tros amigos, con Antonio Navarro y Jor­ge del Prado y hasta Hugo Pesce, que fueron colaboradores de Rabines. Des­pués, cuando ya en Chile el mismo Rabi­nes es puesto en disciplina, aquí ellos reaccionan. Y eso es en 1943. El cam­bio fue coincidente con un movimiento progresista de izquierda que se fundó en 1944: el Bloque Antifascista. Eran pro­fesionales de prestigio como Hugo Pesce, José Antonio Encinas, Ovidio García Rossell y un tisiólogo famoso. Se había disuelto la Tercera Internacional, porque era uno de los acuerdos de los Tres Gran­des, y había que apoyar a los gobiernos democráticos. Es ahí cuando el Partido Comunista apoya a Manuel Prado y un militante del Partido Comunista, Nicolás Terreros, es autor de la frase: "Prado es el Stalin peruano"...

Que entonces era un elogio...
–Era un elogio, efectivamente. Había que respaldar a Prado porque rompió con el Eje y le declaró la guerra. En esa épo­ca se produjo la reivindicación de Jorge del Prado porque Mariátegui era atacado en la propia Unión Soviética por exper­tos en movimientos de América Latina que acusaban a Mariátegui de 'populista' y afirmaban que no tuvo un planteamien­to socialista ni marxista. En la revista 'Dialéctica' de La Habana, se produjo el debate y Jorge del Prado y Moisés Arroyo Posada trataron de señalar, contra lo que ellos mismos habían sostenido, que Mariátegui estaba en la ortodoxia marxista, no diré stalinista, pero sí en la ortodoxia que en ese tiempo cuidaba la Unión Soviética. Hay esa etapa corta: todavía habría que esperar un tiempo para publicar en ruso los ‘7 Ensayos’, después de la guerra fría, en 1963.

Hito importante en la difusión del pensamiento de Mariátegui fue la decisión de los hijos de sacar, en 1955, la edición popular de los '7 Ensayos': el famoso 7 Ensayos a 3 soles'...
–Sí. Nosotros habíamos observado que las ediciones de los libros de formato grande tomaban años en venderse. La gente tenía dificultades para comprar libros y había la necesidad de hacer edi­ciones populares. Sandro consiguió un formato de libro que se podía hacer en máquinas pequeñas, evitando el costo que significaba la costura con un pegamento importado. Y así se hizo. Después, en 1959, salió la primera serie de diez to­mitos para la Feria del Libro y hubo un entusiasmo muy grande por las obras completas. Luego hay una etapa, tam­bién larga, en la que van apareciendo gradualmente los otros diez tomos. En relación con ventas, el libro que más atrae es “7 Ensayos’ y le siguen ‘Ideología y Política’, ‘Defensa del marxismo’ y ‘Peruanicemos el Perú’.

De las obras de José Carlos, ¿Cuál es la que usted prefiere?
Bueno, los ‘7 Ensayos’ es el texto fundamental. Después, a mí me encanta ‘El alma matinal’, porque es el Mariátegui de los grandes tópicos, de los planteamientos filosóficos, de los grandes temas literarios y artísticos. Es un Mariátegui muy hondo, muy profundo. Ahora me parece importante también 'Ideología y Política' porque existen algunas tesis y planteamientos que se complementan con los editoriales de 'Amauta', es importan­te la visión en conjunto. Además me pa­rece muy importante 'Defensa del mar­xismo' de polémica y elaboración teórica y 'Peruanicemos el Perú', que reúne una serie de textos que pudieran haberse in­tegrado a los '7 Ensayos', porque apare­cieron en la sección de 'Mundial' donde Mariátegui publicó casi todo lo corres­pondiente a los '7 Ensayos'. Entonces se puede decir que 'Peruanicemos el Perú' es un complemento de los '7 Ensayos'.

Ese era el nombre de una columna previa, que suscribía el periodista Gastón Roger (seudónimo de Ezequiel Balarezo Pinillos)… ¿Es así?
–Claro, pero un título demasiado gran­de para un periodista costumbrista y li­gero como Gastón Roger. A pedido del director de 'Mundial' entonces él dejó la columna y la asumió Mariátegui.

Al asumir esa columna, en setiem­bre de 1925, se produce un giro intere­sante en la producción de Mariátegui. Hasta esa fecha él había estado suscri­biendo mayormente sobre temas inter­nacionales, especialmente europeos; ahí comienza a escribir temas nacionales...
–Claro. Pero en realidad él tenía inte­rés en hacer las dos cosas paralelas. La invitación del director de 'Mundial', An­drés Avelino Aramburú, produjo un poco de susceptibilidad en Mariátegui, porque Gastón Roger era su amigo. Entonces Aramburú le aclaró que la columna per­tenecía a la revista. Mariátegui entró a ella al comienzo con poco entusiasmo y se fue enamorando del título gradualmen­te. Porque al comienzo pensaba, según me han contado, que eso de 'peruanizar el Perú' podía interpretarse como una especie de patrioterismo, de chauvinis­mo...

Ustedes eligieron ese nombre para el libro...
–Bueno, es que Mariátegui recuperó la acepción de peruanicemos al Perú; la ennobleció, le puso nueva sustancia.

Ahora está identificada con Mariá­tegui y ya no con 'Mundial' y menos con Gastón Roger...
–Totalmente identificada con Mariá­tegui, a tal punto que en muchos lugares se pone como lema de Mariátegui: 'Pe­ruanicemos el Perú'.

Ucronías de Mariátegui, interpretan­do su posible actitud en 1931 y después, se han suscrito por miles. Es un tema controvertido. ¿Cuál sería su ucro­nía?
-Yo creo que el curso político del Perú habría tenido otro desarrollo con Mariátegui. ¡Su presencia era muy respetada!...

¿Habría entrado a la acción políti­ca?
-Por su carencia de ambiciones per­sonalistas, la acción política no lo atraía, casi diría que la rechazaba, pero segura­mente hubiese tenido que entrar en ella. Lo que sí Mariátegui no hubiera acepta­do nunca es el encasillamiento y la sumisión pasiva, y total a las consignas de ninguna organización como la Tercera Internacional. De eso no me cabe la me­nor duda.

Desde 1929 él se sentía muy aislado por las críticas que le hacían...
-Si, claro. Mariátegui tenía tres fren­tes contra él. Por un lado, el leguiísmo, que lo tenía prácticamente preso en su propia casa, cada vez con mayor saña; por otro lado, se había producido la rup­tura con Haya de la Torre y tenía por lo tanto un frente externo, por lo menos a través de la correspondencia; y después, el asedio de la Tercera Internacional... La agonía de Mariátegui, como decía Al­berto Flores Galindo, la polémica con el Komintern.

Ubicándonos en 1931, ¿considera usted contradictorio que la Tercera Internacional acuse a Mariátegui de 'populista' y 'campesinista', y que aquí, sin embargo, Robines y el PC lanzasen a un campesino apellidado Quispe como candidato presidencial?
–Claro. Esa fue la típica demagogia comunista, porque el comunismo tam­bién tiene su demagogia. Lo que pasa es que se hablaba de la República Quechua y Aimara y entonces se proponía a este obrero lampero de Morococha. Se utili­zaba al indio analfabeto como 'significante'.

Y ese simbolismo, ¿no podía reflejar cierta íntima convicción respecto a la representatividad de las mayorías en el Perú?

–Yo creo que no. Fue algo postizo.

No me refería a Rabines, sino a la posibilidad de que Mariátegui hubiese simpatizado con una candidatura como ésa...
–Bueno, Mariátegui no creía en la im­provisación, no creía en el 'bluff' y ahí está la esencia de su ruptura con Haya y con el famoso Partido Nacionalista Li­bertador. Algo merecido era lo de Julián Quispe. Esa candidatura no era un juego limpio, porque ese pobre hombre no hu­biera podido hacer absolutamente nada, en el caso hipotético de haber llegado a ser Presidente de la República. Simple­mente utilizaron a un indígena como mas­carón de proa, porque era indio, porque era analfabeto, porque era monolingüe quechua, tratando de señalar que ése era un 'rescate del campesino'. Y no era el rescate del campesino, porque él era obrero minero, que es casi un obrero industrial. Y no hay que olvidar que Ma­riátegui reivindica al indio como campe­sino...

Mariátegui decía: "La liberación de los indios vendrá por obra de los pro­pios indios" ¿Qué nos quiso decir...?
–Bueno, creía que había que hacer todo un trabajo educativo, un trabajo for­mativo, que generara conciencia de clase en la propia masa indígena.

También Mariátegui declaró caducas las tesis pedagógicas al abordar el problema indígena.
–Claro. Las tesis pedagógicas de alfa­betizar al indio y de occidentalizarlo. Pero sí creía que el indio tendría que tomar conciencia de su situación, conciencia de quiénes eran sus reales enemigos e in­corporarse a la dinámica social como cla­se campesina del Perú.

Mariátegui publicó '7 Ensayos' en 1928 y el Perú ha cambiado mucho desde entonces. Sin embargo, en los colegios, por no mencionar a algunas universidades, se sigue, presentando a los '7 Ensayos' como si fuese la imagen del Perú actual...
–Eso es cierto en términos generales, porque los problemas que analizó Mariátegui están vigentes o, como dice César Miró, se han complicado con el curso de los años. El problema del indio es hoy más duro que entonces; el problema de la tierra, el problema de la educación, en fin, creo que como análisis estructural de la realidad del país, como gran plantea­miento, como visión panorámica, '7 En­sayos' está absolutamente vigente.

¿No se siente un poco incómodo al hablar de la vigencia de Mariátegui después de producida la caída del Muro de Berlín?
–No. Por el contrario. Todas las obje­ciones que se hicieron a Mariátegui en el campo socialista ahora resultan que son sus principales méritos.

¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, lo que los chinos llamaban social-imperialismo que es el capitalismo' de Estado, la rigidez del dogma­tismo ruso, esa dictadura del proletaria­do que duró 70 años, cosa insólita. Yo creo que la idea socialista no se ha que­brado. Se ha quebrado el estatismo, el stalinismo y el dogmatismo.

¿Qué entendía Mariátegui por 'socia­lismo'?
–Mariátegui se refería a un orden so­cial y a un modo de vivir en libertad, con la mayor posibilidad para el desarrollo personal y para la capacidad de lograr los más elevados valores espirituales.

¿No será que a veces hacemos algo elásticos los pensamientos originales para tratar de darles permanente ac­tualidad?
–No me parece. Para Mariátegui el socialismo no era limitarse a la satisfac­ción de las necesidades básicas y resig­narse a una especie de homogenización chata y mediocre. La gente tiene necesi­dad de pensar, de laborar, de jugar con la esperanza, con nuevas creaciones, te­ner una actitud auspiciosa hacia el futu­ro.

En 'Defensa del marxismo' y en 'La Escena Contemporánea', Mariátegui se define como 'socialista revolucionario' y es muy duro al cuestionar al 'socialis­mo reformista' y al 'socialismo parla­mentario, a quienes califica como 'so­cialismo mediocre'...
–Eso sí, porque le parecía una visión atenuada, un marxismo que se había burocratizado, que sólo tenía por concepto ganar diputados y senadores e incorpo­rarse a la dinámica de la vida burguesa.

Pero él no juzga intenciones; él pa­rece descalificar métodos. Insinúa que entrar al juego parlamentario es una claudicación del socialismo.
–Así es, porque le hace perder al so­cialismo la mística revolucionaria. Una vez Hugo Pesce le preguntó a Mariátegui qué líder de izquierda le había impresio­nado más en Europa, dirigiéndose a la multitud. José Carlos dijo: "Enrico Mala­testa, este viejo anarquista comunicaba una emoción revolucionaria con un ver­bo iluminado y contundente como no lo he escuchado yo a nadie".

En el caso del Perú, hoy mismo, ¿existe ese 'socialismo domesticado'?

–Quizá son aquellos que se acomodan para llegar a la Constituyente o para lle­gar al Parlamento. Hay mucho de ese socialismo domesticado' en el Perú ac­tual.

¿Es cierto que él no escribió ningu­na crítica al concepto de 'dictadura del proletariado'?
–No lo criticó de manera directa y consistente, pero creo que lo interpretó como uno de esos males necesarios por los cuales pasa necesaria y temporalmen­te un proceso revolucionario. Así fue como lo aceptó Mariátegui. Si la revolu­ción exigía lucha o un papel estoico, con deberes, lucha y sufrimiento, había que aceptarla así en un proceso revoluciona­rio.

Pero, ¿no contradice todo eso aquel socialismo en libertad?
–Así es. Pero en determinado momen­to puede haber un fenómeno crítico y en ese fenómeno crítico el hombre de pen­samiento socialista, el conductor de ma­sas, no puede ser un espectador indife­rente. Tiene que participar en esa misma lucha. Pero esa lucha es para construir una realidad más consistente, y es por lo tanto temporal y eso no fue lo que ocurrió en URSS. Mariátegui en una vida corta no tuvo ocasión para sufrir mayo­res desengaños. Algunas críticas al siste­ma soviético se las guardó para él o para su círculo íntimo. Menciono nuevamente a Hugo Pesce, porque él es un hombre con una mentalidad muy parecida a la de Mariátegui. Cuando en 1967 Pesce leyó el libro 'El Primer Círculo' de Solzjeni­tzin, en italiano, me dijo que dedicarle la vida a la idea socialista no significaba aceptar acríticamente las atrocidades que ocurrían penosamente en la Unión So­viética. Había en estas gentes una crítica que no se hacía pública para no debilitar al frente.

Hay una pregunta que lanzó Hugo Neira en 1973 y que tiene enorme ac­tualidad. El preguntaba por qué la iz­quierda peruana no había producido otro Mariátegui. ¿Qué le respondería usted en 1994?
–Bueno, que la verdad es ésa: que no ha habido otro Mariátegui. Decía Arturo Corcuera, en una carta reciente que la gente siempre se pregunta mucho "¿en qué momento se jodió el Perú?", Res­ponde: "el Perú se jodió cuando murió Mariátegui" y a un país como el nuestro, que le cuesta mucho crear un Mariáte­gui, no puede generarlo en corto plazo.

¿No es ése un criterio algo antimar­xista? Todo un movimiento que depende de una sola persona...
–No. Es que Mariátegui es el hombre-panorama. Países como el nuestro no se pueden dar el lujo de tener muchos Ma­riátegui. Es un fenómeno extraño. Cuan­do, por ejemplo, trato de entender a Ma­riátegui con los recursos de la psicología creativa, esos instrumentos no me sirven para nada. Con esos parámetros se pue­den seleccionar personal, gerentes o eje­cutivos, pero no para medir la genialidad. Es un poco la imagen que también trasmite Basadre.

¿Cómo le gustaría que se recuerde a Mariátegui ahora, a nivel nacional, en los colegios, en las universidades y en la cultura peruana en general?
–En su justa medida, como un pensa­dor muy significativo enceste siglo. Basadre decía que Mariátegui era un peruano representativo del siglo XX. Como un pensador universal como Martí, como Sarmiento, como Montalvo. En ese ni­vel.

¿Y a nivel de los pensadores perua­nos?
–Yo creo que ninguno. Ninguno es equiparable. Mariátegui fue un hombre excepcional y queda como un hombre-guía, como un hombre-panorama, en una época crítica que generó las condiciones para generar a un hombre que pensó lo que dijo.

¿Cree que es el momento de hacer el "aniversario y balance" de su obra, como él lo hubiese hecho?
–Creo que sí. Desde luego, no vamos a mitificar su imagen, no vamos a petrificarla. Eso sería ir contra el propio espíri­tu de Mariátegui. Pero Mariátegui repre­senta una época. Emilio Romero decía que este siglo es el siglo de Mariátegui y creo que hay que aceptarlo así.