martes, 2 de junio de 2009

Leguía según Mariátegui - Oiga 13/02/1994

LA PAREJA CONSTITUCIONAL

El señor Leguía recibe diariamente una visita esclarecida, sistemática y puntual: la visita simultánea del general Cáceres y del general Cane­varo. Una visita que hasta este instante es una nota esencial de la nueva vida peruana. Una visita que consignan reli­giosamente los acuciosos periodistas palatinos.

El general Canevaro y el general Cáceres no llegan siempre a Palacio al mismo tiempo. Pero en Palacio se jun­tan siempre. Y salen, invariablemente, en compañía. Paralelos, marciales y legendarios, pasan bajo el umbral de la puerta de honor con la majestad de dos personajes que caminan hacia la gloria.

No es probable que las reformas constitucionales y las resoluciones anexas sean aderezadas con la colabo­ración bizarra y militar de los dos gene­rales de división del partido de la Breña. No es probable tanto. Pero es evidente, en cambio, que ambos generales llenan un gran rol en el régimen provisorio. Que son uno de sus órganos principa­les. No el cerebro, por supuesto; pero sí el corazón.

El general Cáceres y el general Ca­nevaro sienten que son algo así como los padrinos de la revolución. Y este título les enorgullece. Les enorgullece más que su grado de generales de divi­sión.

Sólo el general Canevaro no se con­forma con tener en la patria nueva este título único, Quiere que le conozcan un título más. Un título que cree haber ganado en buena lid. El título de primer vicepresidente.

El señor Leguía le ha prometido la validez de su vicepresidencia. Le ha dicho que la reforma constitucional no regirá en cuanto a las vicepresidencias, en el período próximo. Que debe aguar­dar tranquilamente la inauguración de la legislatura. Que no tiene motivo para temer una actitud irrespetuosa y atrevi­da de las mayorías parlamentarias.

Y claro, el general Canevaro ha re­cuperado desde ese instante toda su confianza en el presente y en el porve­nir de la república. Todo su convenci­miento de que es la segunda persona del régimen provisorio. Toda su certi­dumbre de primer vicepresidente.

Mancomunadamente con el general Cáceres entra y sale de Palacio. Dis­pensa favores y mercedes gubernamen­tales. Defiende los fueros de la cohorte de cesantes e indefinidos del partido constitucional. Auspicia las candidatu­ras de hijas, parientes o afines del cace­rismo. Y pone en las tertulias del gabi­nete presidencial la nota pintoresca de sus frases insignes.

Pero hay gentes que murmuran que el porvenir le reserva al general Canevaro una sorpresa desagradable. Y la sorpresa de que el Congreso, a pesar de los requerimientos del señor Leguía, desconozca su vicepresidencia. Los representantes, según dicen, no creerán, como el señor Leguía, que sea compatible la promulgación de la reforma que suprime las vicepresidencias con la pro­clamación de la vicepresidencia del ge­neral Canevaro. El único que lo continuará creyendo será el señor Leguía. Si es que el señor Leguía lo cree efectiva­mente...

('La Razón', 19 de julio de 1919)

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