martes, 2 de junio de 2009

El marxismo de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

El presente artículo per­sigue situar el pensamiento mariateguiano en su horizonte tempo­ral con el objeto que, desde el presente, sea interrogado sobre su validez para los desafíos de una época diferente. Resulta de sumo interés inda­gar su concepción del marxismo y los elementos teóricos que le permitieron aproximarse y 'descubrir' la realidad. Pese a las múltiples lecturas posibles y a los abundantes libros y estudios publi­cados, creernos que todavía queda en pie la vieja pregunta: ¿a qué marxismo se adhirió Mariátegui?

En 1980, a propósito del 50 aniver­sario de su muerte, se encendió una viva polémica en torno a esta interro­gante. Los trabajos de José Aricó y Alberto Flores Galindo pusieron en evi­dencia algo que los años, la rutina y las conductas políticas habían soslayado. Que Mariátegui, ya entonces el escritor más leído del medio, deificado por una izquierda que irrumpía con fuerza en el escenario político, había sido un hete­rodoxo dentro del marxismo.

Gracias a Aricó y a Flores se quebró la idealizada imagen de un Mariátegui que desde sus inicios se adscribe a la ortodoxia 'marxista-leninista', cuajada en la URSS en los años 30, tras la derrota de la oposición y el triunfo de Stalin, y convertida posteriormente en la línea oficial del llamado movimiento comunista internacional. En el Perú, aproximadamente desde 1942, Jorge del Prado, discípulo de Mariátegui, quien por esos años había ganado la hegemonía dentro del PC, llegó a con­vertirlo sin más en un 'marxista-leninista-stalinista'.

La paulatina revalorización de Mariátegui se produjo a medida en que el comunismo soviético relajaba sus otro­ra rígidos controles ideológicos. Y así, con el tiempo, Mariátegui ingresó al santoral del socialismo peruano y latinoamericano. Precisamente, esa ima­gen totémica, oficialista, tersa y sin contradicciones, fue derrumbada, entre otros, por Aricó y Flores. Pero esa la­bor desmitificadora es insuficiente y ha quedado a medio, camino. El marxismo de Mariátegui que ellos levantaron, con­trapuesto al supuesto Mariátegui 'mar­xista-leninista' de la ortodoxia, ¿qué va­lidez tiene para entender y afrontar los retos de la realidad nacional, cuando la caída del muro de Berlín ha transforma­do radicalmente el mapa político del mundo? ¿Cómo contribuye el 'mariate­guismo' a la tarea de renovar el pensa­miento socialista (si todavía es posible) en esta fase poscomunista, que ha he­cho saltar las certezas más elementa­les?

La crisis no se inicia, en realidad, en 1989. Después del mayo francés del 68, se hizo evidente la esclerosis inter­na del sistema comunista. El dinamismo de los países del 'socialismo real' se había trastocado en estancamiento, a la par que el universo ideológico marchito por la inquisición staliniana, está total­mente fosilizado. Sólo se producían 'manuales', que traducían un saber sin brío y vulgar.
Los 70 marcan un reimpulso del pensamiento marxista. Se cree que la crisis capitalista se va a expresar por la periferia, revalorándose las revolucio­nes tercermundistas. En este cuadro, hay un renacimiento intelectual del mar­xismo. Aparecen nuevos teóricos (Al­thusser, Anderson, Lowy, Della Volpe).

Pero quizá la nota más valiosa de este esfuerzo sea el redescubrimiento de lo que Michael Lowy llamó 'marxistas olvi­dados'. Figuras señeras como Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Antonio Gramsci, el joven Lukacs, produjeron sus mejores obras estimuladas por esos intensos años que abarcan la crisis 'fine sicle', la guerra mundial y la revolución de octubre, pero que se ajustaron al patrón escolástico que se venía gestan­do. La riqueza y potencia de sus ideas contrastaba con la aridez del marxismo posterior. Su recuperación oxigenó el horizonte conceptual.

Mariátegui pertenece a esta estirpe. De ahí el interés por revalorar su pensamiento más allá de nuestras fronteras. Y el hecho de proceder de un país periférico, como el Perú, no lesiona para nada su originalidad. Por el con­trario, el interés por el marxismo de la periferia ayudó a divulgar la obra y el pensamiento de Mariátegui en los me­dios europeos.

Ahora bien, la desmitificación ope­rada por Aricó y Flores apuntó a la creación de un nuevo paradigma: el 'mariateguismo', una forma original, creadora y abierta de asumir el marxis­mo. Y, con diferencias y muchos mati­ces, toda una generación de escritores y políticos ha sintonizado con este espíritu, con este enfoque, con esta aproximación. Se habla así, hasta hoy, de Mariátegui como portador de un marxismo 'crítico', 'no dogmático', 'abierto', 'voluntarista y no determinista'. Pero, más allá de las frases y las buenas inten­ciones, el problema es si ese 'Mariateguismo' puede ser la criba, el instru­mento para la renovación política e ideológica que el momento requiere.

Es ahí cuando expresamos nuestras reservas. El marxismo 'crítico' de Ma­riátegui, como el de 'los olvidados', fue tal frente al marxismo positivista, natu­ralista y evolucionista que ganó al socia­lismo de la II Internacional en los últi­mos lustros del siglo XIX. Por eso abre­vó de fuentes tan ajenas a la tradición marxista como el idealismo de Croce, Gentile y Gobetti. Por eso reivindicó a Sorel y lo colocó a nivel de Lenin. Y por eso afirmó: "Superando las bases racio­nalistas y positivistas del socialismo de su época, encuentra en Bergson y en los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria" (Defensa del marxismo, p. 17),

Precisamente, este marxismo que se nutre del irracionalismo, de la filosofía vitalista de Bergson y del pragmatismo de William James, no parece una herramienta apta para superar los retos de la política contemporánea. La exaltación revolucionaria, el voluntarismo políti­co, e incluso el irracionalismo, predo­minantes en la política de comienzos de siglo, dieron como resultado el bolche­vismo, por un lado, y el fascismo, por el otro. Mariátegui lo explica nítidamen­te. Además, la crisis actual exige algo mucho más significativo que una simple alternativa a la fosilización del 'marxis­mo-leninismo'. Avivar el fuego del mar­xismo aprisionado en la escolástica so­viética con el paradigma del 'mariateguismo', pudo tener significado en 1980, pero carece totalmente de sentido en estos tiempos.

El llamado marxismo 'crítico', que seduce por sus rasgos heroicos, la esta­tura intelectual de sus mentores y la honestidad de sus planteamientos, con­tiene yerros vitales que a la postre com­prometen sus virtudes. Es evidente su falta de realismo y su poco sentido prác­tico. Su culto por la acción, por la praxis, paradójicamente se disolvía en la filosofía, en las generalidades, sin traducirse en programas y aparatos or­ganizativos para la actividad política. Por eso Korsch, Gramsci, Luxemburgo, Lukacs y otros representantes de esta corriente, al igual que Mariátegui, no tuvieron éxito en el terreno práctico. Su aparato conceptual pecaba de unila­teralidad. Al lado de la exaltación, de lo heroico, del asalto al poder, del mo­mento revolucionario, se omitió y des­preció el otro aspecto, el de los avances parciales, las negociaciones, las tran­sacciones y los acuerdos. La crítica fron­tal al socialismo parlamentario, en la que también participó Mariátegui, lo corrobora. De ahí la importancia del 'factor religioso' y la definición mariate­guiana del marxismo como fe, como religión, en vez de ciencia.

Antes que fosilizar nuevamente el pensamiento de Mariátegui, esta vez bajo la capa heterodoxa del 'mariate­guismo', ¿no sería conveniente explo­rar y recuperar críticamente las fórmu­las políticas de aquellos que contribu­yen a solidificar la convivencia demo­crática, a quienes Mariátegui criticó se­veramente en 'Defensa del marxismo': Kautsky, Jaurés, Vandervelde, Henri de Man, etc.? El 'mariateguismo', en­tendido como marxismo 'crítico', puede encontrarse en comprensibles aprietos. Pero es la única forma de renovar efi­cazmente nuestra concepción política y de adecuarla a los retos del presente. La, pregunta queda planteada.





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