martes, 2 de junio de 2009

Revelación – Sobre el porqué JCM no se hizo atender en Italia de su vieja enfermedad – Oiga 13/06/1994

Llegado a París en pleno invierno, muy crudo ese año, JCM limitó su estadía en la Ciudad Luz por esta causa y se dirigió a Italia, donde el clima es más benigno, sobre todo en la parte septentrional. Sus problemas con la pierna no lo molestaban mayormente en la península y no buscó atención médica, desoyendo las súplicas de su madre, conte­nidas en sus cartas, de aprovechar el viaje para 'curar su mal'. Tenía unas discretas fístulas cubiertas por parches por donde había algo de secreción, no continua. Ca­sado ya y conocida por Anna la enfermedad ósea que lo hiciera sufrir tanto en su infancia, instado por ella a buscar atención especializada, expresó su rechazo por el recuerdo penoso de los escenarios médi­cos, la sala de operación, la mascarilla de cloroformo. "No quiero saber ya nada más sobre todo eso que atormentó mi infancia" agregaba, cuando el pedido cobraba insis­tencia.

JCM sabía de la existencia en Italia del quizá más avanzado centro ortopédico y traumatológico del mundo, famoso centro de cirugía del aparato locomotor, el Institu­to Rizzoli de Bologna, –que era también la clínica ortopédica y traumatológica de la más antigua Universidad de Italia– dirigido desde 1912 por el profesor Vittorio Putti, quien sucedió al reputado maestro Alejan­dro Codivilla. Hay que recordar que el mal que aquejaba a JC fue diagnosticado en Lima de tuberculosis osteoarticular, enfer­medad que era objeto de particular estudio en una dependencia del Instituto Rizzoli en Cortina D'Ampezzo, en un valle de los Alpes dolomíticos, más conocido como centro mundial de práctica de deportes de invierno. La guerra del 14 – ¡Oh cruel para­doja!– había proporcionado al Instituto to­das las posibles variantes de males trauma­tológicos óseos y articulares, de modo que la experiencia se enriquecía con un mate­rial humano inmenso. Además de la patología traumática, toda la patología ligada al aparato locomotor había sido estudiada y se ofrecía los mejores tratamientos, inclusi­ve la preparación de las prótesis del caso.

En su peregrinar por Italia, Anna consi­guió que viajaran a Cortina D'Ampezzo, de paseo, como lugar turístico de paisaje hermoso. Pero no logró convencer a JC sobre la consulta en el Instituto Rizzoli.

Por otro lado, en el sur de Italia, en Roma, JC gozaba de excelente salud: nun­ca se quejó de dolores ni presentó cuadros febriles expresivos de actividad inflamato­ria. Cabía entonces la posibilidad que la enfermedad infantil estuviera curada... o por lo menos detenida. JC hacía una vida completamente normal, incluyendo largas caminatas por las ciudades y el campo y su ánimo era magnífico, exultante. ¿Cómo forzar más, en esas condiciones –recuerda Anna–, la consulta con el profesor Putti?

Terminada la misión en Italia, Anna y JC, con el entonces pequeño Sandro, recorren Europa, deteniéndose particular­mente en Alemania varios meses, en los que JC está empeñado en aprender el alemán: concurre al Instituto Berlitz en las mañanas y contrata un profesor en las tardes, evadiendo el encuentro con hispanoparlantes para acostumbrar el oído a la fonética germana. Sabía que esa lengua era entonces importante instrumento para su formación filosófica y social.

La familia así constituida regresa a Lima y la humedad empieza a dejarse notar con malestar y dolor en la pierna. Pero no limita el movimiento. Desde la casa del jirón Huari, de Barrios Altos, caminaban hasta el Paseo Colón, puesto que en el local del Palacio de la Exposición estaba la sección destinada a la Universidad Popular donde JCM dictaba sus lecciones sobre la historia de la crisis mundial. Llevaban libros, generalmente en otros idiomas, para traducir y leer pasajes en determinado momento de la exposición, varios libros puesto que Anna ayudaba llevando algu­nos. Regresaban igualmente a pie, ahora acompañados de amigos, estudiantes, obreros.

Hasta que el mal, que empezara a dar muestras reactivación a poco del regre­so, llevara a la crisis que condujo a la intervención del Dr. Guillermo Gastañeta en el “ospédale Italiano”, situado entonces en la avenida Abancay. El hospital Italiano fue fundado por la colonia italiana en Lima y estaba atendido por monjas de la misma nacionalidad que pronto hicieron amistad con Anna, lo que repercutió en una mejor atención de JC. Anna notó que las monjas ponían mayor esmero en los pacientes pudientes de la colonia y más discreto en los desfavorecidos por la fortuna. Franca como era, se lo hizo saber a las religiosas, con su naturalidad habitual, pero no queda­ron resentimientos.


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