martes, 2 de junio de 2009

El ambiente cultural - Mariátegui y el 900 - por Hugo Neyra - Oiga, 13/06/1994

Mariategui falleció, como se sabe, en abril de 1930. El fervor de los homenajes dedicados a su centenario, actualiza una antigua inte­rrogante: ¿por qué la izquierda perua­na, pese a su abundante producción editorial y periodística, no ha sido ca­paz de producir, 60 años después, otro Mariátegui? ¿Ha faltado, acaso, ese mismo ambiente cultural en el que sur­gió el Amauta? Tal interrogante fue planteada por Hugo Neira en 1973, en un sugestivo ensayo sobre la producción cultural en el Perú, escrito como colofón al segundo tomo de la antología de textos de Mariátegui editada por Peisa. Su título: 'Y después de Mariáte­gui, ¿qué?'. Reproducimos un extracto de ese extenso ensayo, considerando que aquella antigua pregunta sigue sin recibir respuesta.

PARA nosotros, las etapas de la cultura política pe­ruana son otras. Abren lamarcha, sin duda los trabajos de los 'novecentistas', marcados por el positivismo filosófico y absorbidos políticamente por la idea-fuerza de una 'democracia elitaria', un representativismo conservador, un reformismo eficaz sin trastocamientos sociales. Constituyen el más lúcido y completo planteamiento de las derechas cultas en lo que va de corrido el siglo. En segundo lugar, se abre la fundación revolucionaria, el programa de cuestionamiento y la promesa de un socialismo creador de José Carlos Mariátegui. En el mismo período –tienda aparte– el pensamiento social aprista. Por último, la etapa actual caracterizada por el imperio de los legados inconclusos y la dispersión contemporánea de los trabajos de ciencias sociales, la ineptitud para distinguir lo particular de lo universal, y en fin, cierta deficiencia en captar la emoción actual de las grandes ideas contemporáneas, unida a una patética regresión al academismo, contraria al espíritu antiuniversitario de Mariátegui.

Este es pues, el tema de este ensayo. Un ensayo sobre los grandes ensayos que componen el cuerpo de las ideas políticas peruanas en el siglo XX. Y que paradójicamente parecen haberse escri­to todos entre 1900 y 1932. Es decir, desde el primer libro de Francisco García Calderón (Le Perou Contemporain, 1907) al último –políticamente hablando– de Víctor A. Belaunde (Meditacio­nes Peruanas, 1932). Este es también un ensayo sobre los no-ensayos, no hay otra manera de decirlo. Hay que leer los silencios, la ausencia de textos y libros de pensamiento teórico que continuasen de manera significativa en la cultura peruana, la triple fundación de los años 30: marxista, aprista continentalista, conservadora. Ese fue un momento excep­cional de la cultura política peruana. Cuando, en 'Amauta', Mariátegui pole­miza con Haya de la Torre y éste con el cubano Mella; cuando Víctor A. Belaun­de, que conocía su Pascal, dedicaba un libro a refutar los ‘Siete Ensayos’. (¿Quién de la derecha lo haría ahora?). No podemos evitar la nostalgia. Es un Perú aquél, sólido en el plano de las ideologías, rico, activo, en ebullición. Lo desconocemos. Nos confunde. Esas corrientes ideológicas llenas de vigor y que trascendían largamente el debate nacional, arrancaban de una sociedad mucho más débil que la nuestra. Es evidente, el Perú de esos años tenía menos alfabetos urbanos, menos cuadros profesionales, menos lectores de diarios y revistas; ape­nas había vida cívica, las 'mass comunica­tion' no existían. ¿O será que a despecho de todo eso, las superestructuras (insti­tuciones, modas culturales, pautas de consumo) eran cualitativamente mejo­res que las nuestras? Queda por diluci­dar, pues, la base real donde prosperan esas producciones ideológicas.

Ahí se conforma –ligada a la primera política de masas de este país– la forma­ción especial de las ideologías predomi­nantes, para bien o para mal, del Perú actual; y que nos siguen condicionando. Tenían un doble propósito, novecentis­tas y reformadores sociales. Apuntaban hacia la definición de la sociedad perua­na, al conocimiento, a la producción de ideas, concebida como interpretación (defensa o ataque del orden social) y elaboración de conceptos. Es decir, de un cuerpo doctrinario, de un 'episteme' propio, nacional. Y sin embargo, accesi­ble. Porque es preciso decirlo, qué bien escritas están las páginas de Le Pérou Contemporain de Francisco García Cal­derón, como se adivina examinando el índice, un esquema claro, sencillo, se­lectivo en la exposición de ese Perú fini­secular, visto por un discípulo sudameri­cano de Comte. Qué redondas las pági­nas donde el socialcristiano Víctor A. Belaunde vuela a refutar en un tema como el religioso y el místico, a José Carlos Mariátegui y sus apreciaciones sobre la conquista española en Indias. Y en este último, cuánto rigor y qué encan­to, al mismo tiempo, en una prosa sen­tenciosa, nerviosa, directa, tenso el esti­lo y la conciencia ante los aspectos con­tradictorios del mundo, para englobarlos en un pensamiento 'en sí mismo no-contradictorio', como lo quería Hegel...

El papel de los novecentistas en el movimiento de ideas de los tiempos pre­sentes es indudable. "De la formulación de las premisas de García Calderón en Le Pérou Contemporain arranca toda la moderna inquietud interpretativa de la realidad histórica y social del Perú'', dice Raúl Porras en Fuentes Históricas (1954). Hallando continuidad en las obras de Víctor A. Belaunde, como 'La Crisis Presente', 'La Realidad Nacio­nal', 'Meditaciones Peruanas' y 'Peruanidad' con los artículos de Mariátegui en 'Peruanicemos el Perú' y a los trabajos primeros de Jorge Basadre, tales como 'Perú: Problema y Posibilidad' y 'Meditaciones sobre el destino histórico del Perú', creando un solo 'continuus' inter­pretativo.

En efecto, es probable que Mariátegui, con espíritu polémico, estuviera respondiendo a los libros de los novecentis­tas precedentes, particularmente a los trabajos de Víctor A. Belaunde, sus con­ferencias de 1914 y 1917; al desarrollar las tesis de los 'Siete Ensayos'. Y en el comentario internacional no olvidará las crónicas europeas de os García Calderón, de 'Profesores de Idealismo'. Y cómo éstos, aunque con contenido dis­tinto, se ocuparán de Jaurés, el socialista francés más importante de esos años.

Pero esa polémica secreta entre la generación del centenario y la del 900 no evita nuestra pregunta esencial. ¿Por qué estos últimos constituyen, a su vez, una tradición ideológica trunca?

Hay en Mariátegui, muchas lecciones, varias curas de salud. Quizá sea necesario desmadejadas de a pocos. Resalta, en primer lugar, el doble signo de lo nacional y lo internacional en su legado socialista. Que desde el punto de vista hermenéutico, quieren decir, los 'Siete Ensayos' y 'Defensa del marxismo'. Esto es, la necesidad de atender, simultá­neamente, la disección crítica de la reali­dad nacional y la simpatía por el movi­miento ecuménico de ideas. Ello implica los esfuerzos de una misma conciencia por ir de las ciencias de los empíricos a las grandes ideas filosóficas, religiosas y científicas en boga. Y viceversa, hacia lo empírico, lo banal, lo inmediato. ¡Y cómo se ha olvidado en los años últimos esta exigencia de doble signo mariateguista! La no-observancia de esta tarea bifron­tal, ha conducido directamente a las de­formaciones del presente. De un lado, a los cientismos cerrados, provincianos. Del otro, a los marxismos especulativos, desconectados de lo real. A veces, contra lo real, 'marxismos imaginarios'.

No obstante, en Mariátegui, la pre­ocupación por el clima de ideas, por la cultura viva de su tiempo, no debe ser entendida como una preocupación de 'diletante', de europeísta, en suma. Abun­daban entonces los 'croniquers' que des­de las capitales europeas escribían sobre la actualidad, acerca de los 'signos y obras' de esos días. Mariátegui dejó de ser tempranamente eso, un croniquer'. Y bien ¿para qué seguía, pues, el debate universal? Para construir sus epístemes. Únicamente la actualidad internacional y su relato eran un camino para ir hacia las ideas rectoras. Mariátegui transformó un recurso banal, una suerte de literatura de viajero informado, harto frecuente, por lo demás, en los hábitos mentales y estéticos de la burguesía culta de su tiempo, en una operación cultural severa, de la más alta exigencia. Recurso con el que al mismo tiempo se cubría las insuficiencias intelectuales e informativas del medio peruano y se devolvía a este mismo me­dio, trasmutando en crónicas y ensayos, la elaborada observación de la escena contemporánea y el análisis de las nue­vas tendencias estético-filosóficas y polí­ticas. He aquí lo que debemos destacar en el plano de la realidad y del pensa­miento, un Mariátegui despierto, comu­nicante.

¿Quién ha ejercido, a su muerte, tal vigilancia? ¿Quién ha socializado el saber?

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