martes, 2 de junio de 2009

La idea religiosa de Mariátegui - Oiga 13/06/1994

“Espíritus demasiado críticos, demasiado racionalistas, demasiado enfats du siécle, no compartían la exaltación religiosa, mística, del bolchevismo” (José Carlos Mariátegui)

El pensamiento de José Carlos Mariátegui nos ofrece una serie de inte­resantes vetas para el análisis y la reflexión.

Una de ellas, sin duda importante y significativa para comprender el resto de su obra, es el tema religioso.

Para algunos pudiera resultar contra­dictorio que un pensador 'marxista con­feso', como se definía Mariátegui, tuviera en sus obras una aproximación valorati­va a lo religioso. Para entender esa apa­rente contradicción es fundamental que nos remitimos a algunos de sus trabajos, en los que define con claridad su concep­ción de lo religioso. Contrariamente a lo que se pueda pensar, no me estoy refi­riendo al capítulo 'El factor religioso' que integra el famoso '7 Ensayos', sino principalmente a 'Defensa del marxismo, que publicara a manera de artículos entre julio de 1928 y junio de 1929.

Para entender el concepto de lo reli­gioso en Mariátegui, es imprescindible remitirnos al pensamiento de Georges Sorel, que tuvo tanta influencia en su obra. Para Mariátegui, Sorel expresa "la verdadera pasión del marxismo en el sen­tido de revolución y continuación de la obra de Marx" al asimilar los aportes de la filosofía posterior, aportes que "vigori­zan el pensamiento socialista, restituyén­dolo a la misión revolucionaria de la cual lo había gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios".

Esta renovación del ímpetu y del sentido revolucionario del marxismo que alienta Sorel –nos dice Mariátegui– se expresa en la teoría del 'mito revolucionario', que "aplica al movimiento socialista la expe­riencia de los movimientos religiosos".

De esta perspectiva la religiosidad es, para Mariátegui, 'misticismo, pasión' y se constituye en fuerza central para lograr la revolución socialista. Mientras que el pensamiento racionalista del siglo XIX "pretendía resolver la religión en filoso­fía", el pragmatismo ha reconocido al sentimiento religioso "el lugar del cual la filosofía ochocentísta se imaginaba vani­dosamente desalojarlo". Y agrega: "como lo anunciaba Sorel, la experiencia histórica de los últimos lustros ha comproba­do que los actuales mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religio­sos".
Vemos así que en Mariátegui lo reli­gioso no corresponde a la definición pro­pia que implica el 'religare' (la religación del hombre con Dios) y que entiende la vida personal como una búsqueda de conformidad con el Espíritu de Dios, en­tendido como el Ser por excelencia. Para él, lo religioso se identifica, no con su sentido integral y trascendente, sino con el espíritu de adhesión firme y místico a un ideal inminente. Desde esta perspec­tiva valora a los santos y apóstoles del cristianismo, no por el contenido y la esencia de sus ideales, sino por su viven­cia y adhesión firme y consecuente hasta el extremo. En tal sentido, tal vez sería más propio hablar del espíritu 'místico y mítico' de Mariátegui antes de que su espíritu religioso. De ahí que alabe a la III Internacional porque alienta, en sus asambleas, "un misticismo muy próximo al de la cristianidad de las catacumbas".

Este fervor místico hacia el ideal revo­lucionario se lograría a través de la diná­mica 'proletaria de combate y de trabajo obrero bajo el rigor y disciplina de la fábrica capitalista: "La lucha por el socia­lismo eleva a los obreros, que con extre­ma energía y absoluta convicción toman parte en ella, a un ascetismo, al cual es totalmente ridículo echar en cara su cre­do materialista, en el nombre de una moral de teorizantes y filósofos". Ilustra la forja de este espíritu, al recordar que Luc Durtain, después de visitar la Unión Soviética, "si no podía encontrar en Ru­sia una escuela laica" era porque "le pare­cía religiosa la enseñanza marxista".

El fortalecimiento de esta mística se encuentra amenazado, piensa Mariáte­gui, por las desviaciones que representa "el socialismo ético, pseudo-cristiano, humanitario, que se trata anacrónicamente de oponer al socialismo marxista". El marxismo, afirma, "es totalmente extra­ño y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrópicas". Y si­guiendo a Sorel, reivindica al sindicato con institución central para promover una conciencia definitivamente socialis­ta, que promueva el "renacimiento de la idea clasista sojuzgada por las ilusiones democráticas del período de apogeo del sufragio universal".

Un elemento que debe considerarse con detenimiento es que la concepción mística o religiosa aplicada a la revolu­ción, no significa para Mariátegui la movilización anárquica de la masa obrera, ya que "la masa no es el proletariado moderno''. La genérica reivindicación que de ella hace el socialismo humanita­rio "no es la reivindicación revoluciona­ria y socialista". Precisamente, "mérito excepcional de Marx" es "haber descu­bierto al proletariado" y propugnar el socialismo como la "concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenían nada en co­mún con el romanticismo de quienes repudiaban, cual una abominación, la obra capitalista". Tal doctrina permitiría el entronque con el sentido místico que re­quiere el socialismo revolucionario, porque presenta, como "condición previa de un nuevo orden", "la capacitación espiri­tual e intelectual del proletariado para realizarlo a través de la lucha de clases".

Aspecto significativo de este 'espíritu religioso' es la concepción mariateguia­na del 'dogma' y la 'herejía' como referen­tes del proceso socialista. Obviamente su concepto del dogma no es el de la acep­tación de una verdad revelada por Dios, como lo propugna la religión. Para Ma­riátegui, el dogma es entendido como "la doctrina de un cambio histórico". Así, enfatiza más adelante: "Un dogmático como Marx, como Engels, influye más que cualquier gran herético y que cual­quier gran nihilista. Este solo hecho de­bería anular toda aprehensión, todo te­mor respecto a la limitación de lo dogmá­tico. La posición marxista, para el inte­lectual contemporáneo, no utopista, es la única posición que le ofrece una vía de libertad y avance". Aunque considera que el dogma no debe observarse como "un itinerario sino (como) una brújula en el viaje", más adelante afirma que para "pensar con libertad, la primera condi­ción es abandonar la precaución de la libertad absoluta", ya que "pensar bien es una cuestión de dirección o de órbita".

La 'herejía' constituye, en cambio, una forma de radicalización de la verdad del dogma, cuando éste se anquilosa, recu­perando sus virtudes esenciales: "En general, la fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus posibilidades de devenir en un dogma". De una u otra manera, se trataría de la aceptación radical de una verdad, asumida como guía de la revolución en la dinámica colectiva del proceso social, ya que la "herejía indivi­dual es infecunda". Así justifica Mariáte­gui el sorelismo: como un "retorno al sentido original de la lucha de clases, como protesta contra el aburguesamien­to parlamentario y pacifista del socialis­mo". Sorel propone el "tipo de herejía que se incorpora al dogma", "esclare­ciendo el rol histórico de la violencia" y perfilándose, por lo tanto, como el "con­tinuador más vigoroso de Marx en ese período de parlamentarismo social-democrático", donde la fuerza del mito re­sulta imprescindible para contrarrestar la "resistencia psicológica e intelectual de los líderes obreros a la toma del poder". Piensa así Mariátegui, identificando nuevamente la herejía en relación utilitaria con el dogma, que Sorel y su obra 'Re­flexiones sobre la violencia" han cons­tituido una decisiva influencia en Lenin, quien a su vez sería "incontestablemente, en nuestra época", el "restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista".

Hasta aquí hemos buscado analizar y precisar algunas de las interesantes características que adquiere la idea religio­sa en Mariátegui. Hemos podido percibir el espíritu agonista –como diría Unamu­no– de su pensamiento, al que considera­mos aspecto fundamental de su obra. Consideramos que es necesario profun­dizar su estudio, ya que ha constituido notable influencia en la configuración de las distintas tendencias del pensamiento marxista en el Perú, que se reclaman –sin excepción– mariateguistas, y de las con­secuencias tremendas que éste, en oca­siones, ha devenido sobre nuestra gol­peada sociedad.


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