Llegado a París en pleno invierno, muy crudo ese año, JCM limitó su estadía en la Ciudad Luz por esta causa y se dirigió a Italia, donde el clima es más benigno, sobre todo en la parte septentrional. Sus problemas con la pierna no lo molestaban mayormente en la península y no buscó atención médica, desoyendo las súplicas de su madre, contenidas en sus cartas, de aprovechar el viaje para 'curar su mal'. Tenía unas discretas fístulas cubiertas por parches por donde había algo de secreción, no continua. Casado ya y conocida por Anna la enfermedad ósea que lo hiciera sufrir tanto en su infancia, instado por ella a buscar atención especializada, expresó su rechazo por el recuerdo penoso de los escenarios médicos, la sala de operación, la mascarilla de cloroformo. "No quiero saber ya nada más sobre todo eso que atormentó mi infancia" agregaba, cuando el pedido cobraba insistencia.
JCM sabía de la existencia en Italia del quizá más avanzado centro ortopédico y traumatológico del mundo, famoso centro de cirugía del aparato locomotor, el Instituto Rizzoli de Bologna, –que era también la clínica ortopédica y traumatológica de la más antigua Universidad de Italia– dirigido desde 1912 por el profesor Vittorio Putti, quien sucedió al reputado maestro Alejandro Codivilla. Hay que recordar que el mal que aquejaba a JC fue diagnosticado en Lima de tuberculosis osteoarticular, enfermedad que era objeto de particular estudio en una dependencia del Instituto Rizzoli en Cortina D'Ampezzo, en un valle de los Alpes dolomíticos, más conocido como centro mundial de práctica de deportes de invierno. La guerra del 14 – ¡Oh cruel paradoja!– había proporcionado al Instituto todas las posibles variantes de males traumatológicos óseos y articulares, de modo que la experiencia se enriquecía con un material humano inmenso. Además de la patología traumática, toda la patología ligada al aparato locomotor había sido estudiada y se ofrecía los mejores tratamientos, inclusive la preparación de las prótesis del caso.
En su peregrinar por Italia, Anna consiguió que viajaran a Cortina D'Ampezzo, de paseo, como lugar turístico de paisaje hermoso. Pero no logró convencer a JC sobre la consulta en el Instituto Rizzoli.
Por otro lado, en el sur de Italia, en Roma, JC gozaba de excelente salud: nunca se quejó de dolores ni presentó cuadros febriles expresivos de actividad inflamatoria. Cabía entonces la posibilidad que la enfermedad infantil estuviera curada... o por lo menos detenida. JC hacía una vida completamente normal, incluyendo largas caminatas por las ciudades y el campo y su ánimo era magnífico, exultante. ¿Cómo forzar más, en esas condiciones –recuerda Anna–, la consulta con el profesor Putti?
Terminada la misión en Italia, Anna y JC, con el entonces pequeño Sandro, recorren Europa, deteniéndose particularmente en Alemania varios meses, en los que JC está empeñado en aprender el alemán: concurre al Instituto Berlitz en las mañanas y contrata un profesor en las tardes, evadiendo el encuentro con hispanoparlantes para acostumbrar el oído a la fonética germana. Sabía que esa lengua era entonces importante instrumento para su formación filosófica y social.
La familia así constituida regresa a Lima y la humedad empieza a dejarse notar con malestar y dolor en la pierna. Pero no limita el movimiento. Desde la casa del jirón Huari, de Barrios Altos, caminaban hasta el Paseo Colón, puesto que en el local del Palacio de la Exposición estaba la sección destinada a la Universidad Popular donde JCM dictaba sus lecciones sobre la historia de la crisis mundial. Llevaban libros, generalmente en otros idiomas, para traducir y leer pasajes en determinado momento de la exposición, varios libros puesto que Anna ayudaba llevando algunos. Regresaban igualmente a pie, ahora acompañados de amigos, estudiantes, obreros.
Hasta que el mal, que empezara a dar muestras reactivación a poco del regreso, llevara a la crisis que condujo a la intervención del Dr. Guillermo Gastañeta en el “ospédale Italiano”, situado entonces en la avenida Abancay. El hospital Italiano fue fundado por la colonia italiana en Lima y estaba atendido por monjas de la misma nacionalidad que pronto hicieron amistad con Anna, lo que repercutió en una mejor atención de JC. Anna notó que las monjas ponían mayor esmero en los pacientes pudientes de la colonia y más discreto en los desfavorecidos por la fortuna. Franca como era, se lo hizo saber a las religiosas, con su naturalidad habitual, pero no quedaron resentimientos.
JCM sabía de la existencia en Italia del quizá más avanzado centro ortopédico y traumatológico del mundo, famoso centro de cirugía del aparato locomotor, el Instituto Rizzoli de Bologna, –que era también la clínica ortopédica y traumatológica de la más antigua Universidad de Italia– dirigido desde 1912 por el profesor Vittorio Putti, quien sucedió al reputado maestro Alejandro Codivilla. Hay que recordar que el mal que aquejaba a JC fue diagnosticado en Lima de tuberculosis osteoarticular, enfermedad que era objeto de particular estudio en una dependencia del Instituto Rizzoli en Cortina D'Ampezzo, en un valle de los Alpes dolomíticos, más conocido como centro mundial de práctica de deportes de invierno. La guerra del 14 – ¡Oh cruel paradoja!– había proporcionado al Instituto todas las posibles variantes de males traumatológicos óseos y articulares, de modo que la experiencia se enriquecía con un material humano inmenso. Además de la patología traumática, toda la patología ligada al aparato locomotor había sido estudiada y se ofrecía los mejores tratamientos, inclusive la preparación de las prótesis del caso.
En su peregrinar por Italia, Anna consiguió que viajaran a Cortina D'Ampezzo, de paseo, como lugar turístico de paisaje hermoso. Pero no logró convencer a JC sobre la consulta en el Instituto Rizzoli.
Por otro lado, en el sur de Italia, en Roma, JC gozaba de excelente salud: nunca se quejó de dolores ni presentó cuadros febriles expresivos de actividad inflamatoria. Cabía entonces la posibilidad que la enfermedad infantil estuviera curada... o por lo menos detenida. JC hacía una vida completamente normal, incluyendo largas caminatas por las ciudades y el campo y su ánimo era magnífico, exultante. ¿Cómo forzar más, en esas condiciones –recuerda Anna–, la consulta con el profesor Putti?
Terminada la misión en Italia, Anna y JC, con el entonces pequeño Sandro, recorren Europa, deteniéndose particularmente en Alemania varios meses, en los que JC está empeñado en aprender el alemán: concurre al Instituto Berlitz en las mañanas y contrata un profesor en las tardes, evadiendo el encuentro con hispanoparlantes para acostumbrar el oído a la fonética germana. Sabía que esa lengua era entonces importante instrumento para su formación filosófica y social.
La familia así constituida regresa a Lima y la humedad empieza a dejarse notar con malestar y dolor en la pierna. Pero no limita el movimiento. Desde la casa del jirón Huari, de Barrios Altos, caminaban hasta el Paseo Colón, puesto que en el local del Palacio de la Exposición estaba la sección destinada a la Universidad Popular donde JCM dictaba sus lecciones sobre la historia de la crisis mundial. Llevaban libros, generalmente en otros idiomas, para traducir y leer pasajes en determinado momento de la exposición, varios libros puesto que Anna ayudaba llevando algunos. Regresaban igualmente a pie, ahora acompañados de amigos, estudiantes, obreros.
Hasta que el mal, que empezara a dar muestras reactivación a poco del regreso, llevara a la crisis que condujo a la intervención del Dr. Guillermo Gastañeta en el “ospédale Italiano”, situado entonces en la avenida Abancay. El hospital Italiano fue fundado por la colonia italiana en Lima y estaba atendido por monjas de la misma nacionalidad que pronto hicieron amistad con Anna, lo que repercutió en una mejor atención de JC. Anna notó que las monjas ponían mayor esmero en los pacientes pudientes de la colonia y más discreto en los desfavorecidos por la fortuna. Franca como era, se lo hizo saber a las religiosas, con su naturalidad habitual, pero no quedaron resentimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario