El presente artículo persigue situar el pensamiento mariateguiano en su horizonte temporal con el objeto que, desde el presente, sea interrogado sobre su validez para los desafíos de una época diferente. Resulta de sumo interés indagar su concepción del marxismo y los elementos teóricos que le permitieron aproximarse y 'descubrir' la realidad. Pese a las múltiples lecturas posibles y a los abundantes libros y estudios publicados, creernos que todavía queda en pie la vieja pregunta: ¿a qué marxismo se adhirió Mariátegui?
En 1980, a propósito del 50 aniversario de su muerte, se encendió una viva polémica en torno a esta interrogante. Los trabajos de José Aricó y Alberto Flores Galindo pusieron en evidencia algo que los años, la rutina y las conductas políticas habían soslayado. Que Mariátegui, ya entonces el escritor más leído del medio, deificado por una izquierda que irrumpía con fuerza en el escenario político, había sido un heterodoxo dentro del marxismo.
Gracias a Aricó y a Flores se quebró la idealizada imagen de un Mariátegui que desde sus inicios se adscribe a la ortodoxia 'marxista-leninista', cuajada en la URSS en los años 30, tras la derrota de la oposición y el triunfo de Stalin, y convertida posteriormente en la línea oficial del llamado movimiento comunista internacional. En el Perú, aproximadamente desde 1942, Jorge del Prado, discípulo de Mariátegui, quien por esos años había ganado la hegemonía dentro del PC, llegó a convertirlo sin más en un 'marxista-leninista-stalinista'.
La paulatina revalorización de Mariátegui se produjo a medida en que el comunismo soviético relajaba sus otrora rígidos controles ideológicos. Y así, con el tiempo, Mariátegui ingresó al santoral del socialismo peruano y latinoamericano. Precisamente, esa imagen totémica, oficialista, tersa y sin contradicciones, fue derrumbada, entre otros, por Aricó y Flores. Pero esa labor desmitificadora es insuficiente y ha quedado a medio, camino. El marxismo de Mariátegui que ellos levantaron, contrapuesto al supuesto Mariátegui 'marxista-leninista' de la ortodoxia, ¿qué validez tiene para entender y afrontar los retos de la realidad nacional, cuando la caída del muro de Berlín ha transformado radicalmente el mapa político del mundo? ¿Cómo contribuye el 'mariateguismo' a la tarea de renovar el pensamiento socialista (si todavía es posible) en esta fase poscomunista, que ha hecho saltar las certezas más elementales?
La crisis no se inicia, en realidad, en 1989. Después del mayo francés del 68, se hizo evidente la esclerosis interna del sistema comunista. El dinamismo de los países del 'socialismo real' se había trastocado en estancamiento, a la par que el universo ideológico marchito por la inquisición staliniana, está totalmente fosilizado. Sólo se producían 'manuales', que traducían un saber sin brío y vulgar.
Los 70 marcan un reimpulso del pensamiento marxista. Se cree que la crisis capitalista se va a expresar por la periferia, revalorándose las revoluciones tercermundistas. En este cuadro, hay un renacimiento intelectual del marxismo. Aparecen nuevos teóricos (Althusser, Anderson, Lowy, Della Volpe).
Pero quizá la nota más valiosa de este esfuerzo sea el redescubrimiento de lo que Michael Lowy llamó 'marxistas olvidados'. Figuras señeras como Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Antonio Gramsci, el joven Lukacs, produjeron sus mejores obras estimuladas por esos intensos años que abarcan la crisis 'fine sicle', la guerra mundial y la revolución de octubre, pero que se ajustaron al patrón escolástico que se venía gestando. La riqueza y potencia de sus ideas contrastaba con la aridez del marxismo posterior. Su recuperación oxigenó el horizonte conceptual.
Mariátegui pertenece a esta estirpe. De ahí el interés por revalorar su pensamiento más allá de nuestras fronteras. Y el hecho de proceder de un país periférico, como el Perú, no lesiona para nada su originalidad. Por el contrario, el interés por el marxismo de la periferia ayudó a divulgar la obra y el pensamiento de Mariátegui en los medios europeos.
Ahora bien, la desmitificación operada por Aricó y Flores apuntó a la creación de un nuevo paradigma: el 'mariateguismo', una forma original, creadora y abierta de asumir el marxismo. Y, con diferencias y muchos matices, toda una generación de escritores y políticos ha sintonizado con este espíritu, con este enfoque, con esta aproximación. Se habla así, hasta hoy, de Mariátegui como portador de un marxismo 'crítico', 'no dogmático', 'abierto', 'voluntarista y no determinista'. Pero, más allá de las frases y las buenas intenciones, el problema es si ese 'Mariateguismo' puede ser la criba, el instrumento para la renovación política e ideológica que el momento requiere.
Es ahí cuando expresamos nuestras reservas. El marxismo 'crítico' de Mariátegui, como el de 'los olvidados', fue tal frente al marxismo positivista, naturalista y evolucionista que ganó al socialismo de la II Internacional en los últimos lustros del siglo XIX. Por eso abrevó de fuentes tan ajenas a la tradición marxista como el idealismo de Croce, Gentile y Gobetti. Por eso reivindicó a Sorel y lo colocó a nivel de Lenin. Y por eso afirmó: "Superando las bases racionalistas y positivistas del socialismo de su época, encuentra en Bergson y en los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria" (Defensa del marxismo, p. 17),
Precisamente, este marxismo que se nutre del irracionalismo, de la filosofía vitalista de Bergson y del pragmatismo de William James, no parece una herramienta apta para superar los retos de la política contemporánea. La exaltación revolucionaria, el voluntarismo político, e incluso el irracionalismo, predominantes en la política de comienzos de siglo, dieron como resultado el bolchevismo, por un lado, y el fascismo, por el otro. Mariátegui lo explica nítidamente. Además, la crisis actual exige algo mucho más significativo que una simple alternativa a la fosilización del 'marxismo-leninismo'. Avivar el fuego del marxismo aprisionado en la escolástica soviética con el paradigma del 'mariateguismo', pudo tener significado en 1980, pero carece totalmente de sentido en estos tiempos.
El llamado marxismo 'crítico', que seduce por sus rasgos heroicos, la estatura intelectual de sus mentores y la honestidad de sus planteamientos, contiene yerros vitales que a la postre comprometen sus virtudes. Es evidente su falta de realismo y su poco sentido práctico. Su culto por la acción, por la praxis, paradójicamente se disolvía en la filosofía, en las generalidades, sin traducirse en programas y aparatos organizativos para la actividad política. Por eso Korsch, Gramsci, Luxemburgo, Lukacs y otros representantes de esta corriente, al igual que Mariátegui, no tuvieron éxito en el terreno práctico. Su aparato conceptual pecaba de unilateralidad. Al lado de la exaltación, de lo heroico, del asalto al poder, del momento revolucionario, se omitió y despreció el otro aspecto, el de los avances parciales, las negociaciones, las transacciones y los acuerdos. La crítica frontal al socialismo parlamentario, en la que también participó Mariátegui, lo corrobora. De ahí la importancia del 'factor religioso' y la definición mariateguiana del marxismo como fe, como religión, en vez de ciencia.
Antes que fosilizar nuevamente el pensamiento de Mariátegui, esta vez bajo la capa heterodoxa del 'mariateguismo', ¿no sería conveniente explorar y recuperar críticamente las fórmulas políticas de aquellos que contribuyen a solidificar la convivencia democrática, a quienes Mariátegui criticó severamente en 'Defensa del marxismo': Kautsky, Jaurés, Vandervelde, Henri de Man, etc.? El 'mariateguismo', entendido como marxismo 'crítico', puede encontrarse en comprensibles aprietos. Pero es la única forma de renovar eficazmente nuestra concepción política y de adecuarla a los retos del presente. La, pregunta queda planteada.
En 1980, a propósito del 50 aniversario de su muerte, se encendió una viva polémica en torno a esta interrogante. Los trabajos de José Aricó y Alberto Flores Galindo pusieron en evidencia algo que los años, la rutina y las conductas políticas habían soslayado. Que Mariátegui, ya entonces el escritor más leído del medio, deificado por una izquierda que irrumpía con fuerza en el escenario político, había sido un heterodoxo dentro del marxismo.
Gracias a Aricó y a Flores se quebró la idealizada imagen de un Mariátegui que desde sus inicios se adscribe a la ortodoxia 'marxista-leninista', cuajada en la URSS en los años 30, tras la derrota de la oposición y el triunfo de Stalin, y convertida posteriormente en la línea oficial del llamado movimiento comunista internacional. En el Perú, aproximadamente desde 1942, Jorge del Prado, discípulo de Mariátegui, quien por esos años había ganado la hegemonía dentro del PC, llegó a convertirlo sin más en un 'marxista-leninista-stalinista'.
La paulatina revalorización de Mariátegui se produjo a medida en que el comunismo soviético relajaba sus otrora rígidos controles ideológicos. Y así, con el tiempo, Mariátegui ingresó al santoral del socialismo peruano y latinoamericano. Precisamente, esa imagen totémica, oficialista, tersa y sin contradicciones, fue derrumbada, entre otros, por Aricó y Flores. Pero esa labor desmitificadora es insuficiente y ha quedado a medio, camino. El marxismo de Mariátegui que ellos levantaron, contrapuesto al supuesto Mariátegui 'marxista-leninista' de la ortodoxia, ¿qué validez tiene para entender y afrontar los retos de la realidad nacional, cuando la caída del muro de Berlín ha transformado radicalmente el mapa político del mundo? ¿Cómo contribuye el 'mariateguismo' a la tarea de renovar el pensamiento socialista (si todavía es posible) en esta fase poscomunista, que ha hecho saltar las certezas más elementales?
La crisis no se inicia, en realidad, en 1989. Después del mayo francés del 68, se hizo evidente la esclerosis interna del sistema comunista. El dinamismo de los países del 'socialismo real' se había trastocado en estancamiento, a la par que el universo ideológico marchito por la inquisición staliniana, está totalmente fosilizado. Sólo se producían 'manuales', que traducían un saber sin brío y vulgar.
Los 70 marcan un reimpulso del pensamiento marxista. Se cree que la crisis capitalista se va a expresar por la periferia, revalorándose las revoluciones tercermundistas. En este cuadro, hay un renacimiento intelectual del marxismo. Aparecen nuevos teóricos (Althusser, Anderson, Lowy, Della Volpe).
Pero quizá la nota más valiosa de este esfuerzo sea el redescubrimiento de lo que Michael Lowy llamó 'marxistas olvidados'. Figuras señeras como Rosa Luxemburgo, Karl Korsch, Antonio Gramsci, el joven Lukacs, produjeron sus mejores obras estimuladas por esos intensos años que abarcan la crisis 'fine sicle', la guerra mundial y la revolución de octubre, pero que se ajustaron al patrón escolástico que se venía gestando. La riqueza y potencia de sus ideas contrastaba con la aridez del marxismo posterior. Su recuperación oxigenó el horizonte conceptual.
Mariátegui pertenece a esta estirpe. De ahí el interés por revalorar su pensamiento más allá de nuestras fronteras. Y el hecho de proceder de un país periférico, como el Perú, no lesiona para nada su originalidad. Por el contrario, el interés por el marxismo de la periferia ayudó a divulgar la obra y el pensamiento de Mariátegui en los medios europeos.
Ahora bien, la desmitificación operada por Aricó y Flores apuntó a la creación de un nuevo paradigma: el 'mariateguismo', una forma original, creadora y abierta de asumir el marxismo. Y, con diferencias y muchos matices, toda una generación de escritores y políticos ha sintonizado con este espíritu, con este enfoque, con esta aproximación. Se habla así, hasta hoy, de Mariátegui como portador de un marxismo 'crítico', 'no dogmático', 'abierto', 'voluntarista y no determinista'. Pero, más allá de las frases y las buenas intenciones, el problema es si ese 'Mariateguismo' puede ser la criba, el instrumento para la renovación política e ideológica que el momento requiere.
Es ahí cuando expresamos nuestras reservas. El marxismo 'crítico' de Mariátegui, como el de 'los olvidados', fue tal frente al marxismo positivista, naturalista y evolucionista que ganó al socialismo de la II Internacional en los últimos lustros del siglo XIX. Por eso abrevó de fuentes tan ajenas a la tradición marxista como el idealismo de Croce, Gentile y Gobetti. Por eso reivindicó a Sorel y lo colocó a nivel de Lenin. Y por eso afirmó: "Superando las bases racionalistas y positivistas del socialismo de su época, encuentra en Bergson y en los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria" (Defensa del marxismo, p. 17),
Precisamente, este marxismo que se nutre del irracionalismo, de la filosofía vitalista de Bergson y del pragmatismo de William James, no parece una herramienta apta para superar los retos de la política contemporánea. La exaltación revolucionaria, el voluntarismo político, e incluso el irracionalismo, predominantes en la política de comienzos de siglo, dieron como resultado el bolchevismo, por un lado, y el fascismo, por el otro. Mariátegui lo explica nítidamente. Además, la crisis actual exige algo mucho más significativo que una simple alternativa a la fosilización del 'marxismo-leninismo'. Avivar el fuego del marxismo aprisionado en la escolástica soviética con el paradigma del 'mariateguismo', pudo tener significado en 1980, pero carece totalmente de sentido en estos tiempos.
El llamado marxismo 'crítico', que seduce por sus rasgos heroicos, la estatura intelectual de sus mentores y la honestidad de sus planteamientos, contiene yerros vitales que a la postre comprometen sus virtudes. Es evidente su falta de realismo y su poco sentido práctico. Su culto por la acción, por la praxis, paradójicamente se disolvía en la filosofía, en las generalidades, sin traducirse en programas y aparatos organizativos para la actividad política. Por eso Korsch, Gramsci, Luxemburgo, Lukacs y otros representantes de esta corriente, al igual que Mariátegui, no tuvieron éxito en el terreno práctico. Su aparato conceptual pecaba de unilateralidad. Al lado de la exaltación, de lo heroico, del asalto al poder, del momento revolucionario, se omitió y despreció el otro aspecto, el de los avances parciales, las negociaciones, las transacciones y los acuerdos. La crítica frontal al socialismo parlamentario, en la que también participó Mariátegui, lo corrobora. De ahí la importancia del 'factor religioso' y la definición mariateguiana del marxismo como fe, como religión, en vez de ciencia.
Antes que fosilizar nuevamente el pensamiento de Mariátegui, esta vez bajo la capa heterodoxa del 'mariateguismo', ¿no sería conveniente explorar y recuperar críticamente las fórmulas políticas de aquellos que contribuyen a solidificar la convivencia democrática, a quienes Mariátegui criticó severamente en 'Defensa del marxismo': Kautsky, Jaurés, Vandervelde, Henri de Man, etc.? El 'mariateguismo', entendido como marxismo 'crítico', puede encontrarse en comprensibles aprietos. Pero es la única forma de renovar eficazmente nuestra concepción política y de adecuarla a los retos del presente. La, pregunta queda planteada.
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