Guillermo Rouillon indago por que JCM quería aprender latín.
TRAS su consagración literaria, Mariategui se matricula en la Universidad Católica, recientemente establecida por el reverendo padre Jorge Dintilhac SS.CC., de nacionalidad francesa, en calidad de alumno libre para seguir las asignaciones de latín y filosofía escolástica.
Indudablemente que esta decisión en José Carlos produjo cierto asombro y hasta diríamos desconcierto entre sus cófrades colónidos y dirigentes obreros con los cuales mantenía relaciones de amistad. Sobre todo, si se tiene en cuenta su actitud de autodidacta y recalcitrante antiacademista que venía propiciando. Pero está claro, ello respondía al dualismo que caracterizaba su conducta. Aunque por otra parte debemos reflexionar acerca de aquella frase proveniente de José Carlos: "Desde muy temprana edad salí en busca de Dios". Y naturalmente, según su dilecto amigo y maestro, el reverendo padre Pedro Martínez Vélez O.S.A., español –principal y constante animador de la obra del padre Dintilhac–, la Universidad Católica constituía uno de los incontables caminos que de hecho conducen ante el Ser Supremo. Aquel sacerdote, convertido en una especie de director espiritual de Juan Croniqueur, lo catequiza y lo inquieta a inscribirse en ese centro de estudios. Era ciertamente Mariátegui un creyente fervoroso.
Gracias pues a su amigo y colega Carlos Pérez Cánepa, director de las revistas Lulú y Mundo Limeño, José Carlos conoce al padre Martínez Vélez. Este sacerdote agustino había escrito el prólogo del libro de Pérez Cánepa: 'Horas de misticismo, de dolor y de misterio'. Además, Juan Croniqueur era un asiduo y entusiasta lector de los artículos que publicara el mencionado sacerdote en la prensa local; entre ellos recordaba 'La poesía religiosa', dada a la estampa en la revista Cultura (Lima, 1915).
También concurría para aprender latín, el inseparable amigo de Juan Croniqueur, César Falcón. Ambos jóvenes periodistas, entre clase y clase, dialogaban con el profesor sobre temas de palpitante actualidad. No olvidemos que este maestro, aparte de sus dotes intelectuales, era tolerante con los hombres de ideas contrarias a las de él. Más de una vez hubo de conversar y discutir, cordialmente, con don Manuel González Prada, quien por esa época ejercía la dirección de la Biblioteca Nacional.
Cabe admitir, por otro lado, en cuanto a las causas que llevaron a matricularse a Mariátegui como alumno de la Universidad Católica: la utilidad del latín para un mayor conocimiento del idioma castellano y en el caso de los estudios filosóficos, la inquietud que empezaba a apoderarse de él por tal disciplina. Conviene no dejar de mencionar otro móvil (aunque de menor valor), pero esencial, para comprender la disposición de José Carlos. Y es el hecho de que deseaba, con ahínco, alcanzar superioridad sobre sus parientes paternos mediante la inteligencia cultivada.
TRAS su consagración literaria, Mariategui se matricula en la Universidad Católica, recientemente establecida por el reverendo padre Jorge Dintilhac SS.CC., de nacionalidad francesa, en calidad de alumno libre para seguir las asignaciones de latín y filosofía escolástica.
Indudablemente que esta decisión en José Carlos produjo cierto asombro y hasta diríamos desconcierto entre sus cófrades colónidos y dirigentes obreros con los cuales mantenía relaciones de amistad. Sobre todo, si se tiene en cuenta su actitud de autodidacta y recalcitrante antiacademista que venía propiciando. Pero está claro, ello respondía al dualismo que caracterizaba su conducta. Aunque por otra parte debemos reflexionar acerca de aquella frase proveniente de José Carlos: "Desde muy temprana edad salí en busca de Dios". Y naturalmente, según su dilecto amigo y maestro, el reverendo padre Pedro Martínez Vélez O.S.A., español –principal y constante animador de la obra del padre Dintilhac–, la Universidad Católica constituía uno de los incontables caminos que de hecho conducen ante el Ser Supremo. Aquel sacerdote, convertido en una especie de director espiritual de Juan Croniqueur, lo catequiza y lo inquieta a inscribirse en ese centro de estudios. Era ciertamente Mariátegui un creyente fervoroso.
Gracias pues a su amigo y colega Carlos Pérez Cánepa, director de las revistas Lulú y Mundo Limeño, José Carlos conoce al padre Martínez Vélez. Este sacerdote agustino había escrito el prólogo del libro de Pérez Cánepa: 'Horas de misticismo, de dolor y de misterio'. Además, Juan Croniqueur era un asiduo y entusiasta lector de los artículos que publicara el mencionado sacerdote en la prensa local; entre ellos recordaba 'La poesía religiosa', dada a la estampa en la revista Cultura (Lima, 1915).
También concurría para aprender latín, el inseparable amigo de Juan Croniqueur, César Falcón. Ambos jóvenes periodistas, entre clase y clase, dialogaban con el profesor sobre temas de palpitante actualidad. No olvidemos que este maestro, aparte de sus dotes intelectuales, era tolerante con los hombres de ideas contrarias a las de él. Más de una vez hubo de conversar y discutir, cordialmente, con don Manuel González Prada, quien por esa época ejercía la dirección de la Biblioteca Nacional.
Cabe admitir, por otro lado, en cuanto a las causas que llevaron a matricularse a Mariátegui como alumno de la Universidad Católica: la utilidad del latín para un mayor conocimiento del idioma castellano y en el caso de los estudios filosóficos, la inquietud que empezaba a apoderarse de él por tal disciplina. Conviene no dejar de mencionar otro móvil (aunque de menor valor), pero esencial, para comprender la disposición de José Carlos. Y es el hecho de que deseaba, con ahínco, alcanzar superioridad sobre sus parientes paternos mediante la inteligencia cultivada.
(Extraída de “La creación heroica de José Carlos Mariategui”. Tomo I: “La edad de Piedra”).
No hay comentarios:
Publicar un comentario