“Espíritus demasiado críticos, demasiado racionalistas, demasiado enfats du siécle, no compartían la exaltación religiosa, mística, del bolchevismo” (José Carlos Mariátegui)
El pensamiento de José Carlos Mariátegui nos ofrece una serie de interesantes vetas para el análisis y la reflexión.
Una de ellas, sin duda importante y significativa para comprender el resto de su obra, es el tema religioso.
Para algunos pudiera resultar contradictorio que un pensador 'marxista confeso', como se definía Mariátegui, tuviera en sus obras una aproximación valorativa a lo religioso. Para entender esa aparente contradicción es fundamental que nos remitimos a algunos de sus trabajos, en los que define con claridad su concepción de lo religioso. Contrariamente a lo que se pueda pensar, no me estoy refiriendo al capítulo 'El factor religioso' que integra el famoso '7 Ensayos', sino principalmente a 'Defensa del marxismo, que publicara a manera de artículos entre julio de 1928 y junio de 1929.
Para entender el concepto de lo religioso en Mariátegui, es imprescindible remitirnos al pensamiento de Georges Sorel, que tuvo tanta influencia en su obra. Para Mariátegui, Sorel expresa "la verdadera pasión del marxismo en el sentido de revolución y continuación de la obra de Marx" al asimilar los aportes de la filosofía posterior, aportes que "vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria de la cual lo había gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios".
Esta renovación del ímpetu y del sentido revolucionario del marxismo que alienta Sorel –nos dice Mariátegui– se expresa en la teoría del 'mito revolucionario', que "aplica al movimiento socialista la experiencia de los movimientos religiosos".
De esta perspectiva la religiosidad es, para Mariátegui, 'misticismo, pasión' y se constituye en fuerza central para lograr la revolución socialista. Mientras que el pensamiento racionalista del siglo XIX "pretendía resolver la religión en filosofía", el pragmatismo ha reconocido al sentimiento religioso "el lugar del cual la filosofía ochocentísta se imaginaba vanidosamente desalojarlo". Y agrega: "como lo anunciaba Sorel, la experiencia histórica de los últimos lustros ha comprobado que los actuales mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos".
Vemos así que en Mariátegui lo religioso no corresponde a la definición propia que implica el 'religare' (la religación del hombre con Dios) y que entiende la vida personal como una búsqueda de conformidad con el Espíritu de Dios, entendido como el Ser por excelencia. Para él, lo religioso se identifica, no con su sentido integral y trascendente, sino con el espíritu de adhesión firme y místico a un ideal inminente. Desde esta perspectiva valora a los santos y apóstoles del cristianismo, no por el contenido y la esencia de sus ideales, sino por su vivencia y adhesión firme y consecuente hasta el extremo. En tal sentido, tal vez sería más propio hablar del espíritu 'místico y mítico' de Mariátegui antes de que su espíritu religioso. De ahí que alabe a la III Internacional porque alienta, en sus asambleas, "un misticismo muy próximo al de la cristianidad de las catacumbas".
Este fervor místico hacia el ideal revolucionario se lograría a través de la dinámica 'proletaria de combate y de trabajo obrero bajo el rigor y disciplina de la fábrica capitalista: "La lucha por el socialismo eleva a los obreros, que con extrema energía y absoluta convicción toman parte en ella, a un ascetismo, al cual es totalmente ridículo echar en cara su credo materialista, en el nombre de una moral de teorizantes y filósofos". Ilustra la forja de este espíritu, al recordar que Luc Durtain, después de visitar la Unión Soviética, "si no podía encontrar en Rusia una escuela laica" era porque "le parecía religiosa la enseñanza marxista".
El fortalecimiento de esta mística se encuentra amenazado, piensa Mariátegui, por las desviaciones que representa "el socialismo ético, pseudo-cristiano, humanitario, que se trata anacrónicamente de oponer al socialismo marxista". El marxismo, afirma, "es totalmente extraño y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrópicas". Y siguiendo a Sorel, reivindica al sindicato con institución central para promover una conciencia definitivamente socialista, que promueva el "renacimiento de la idea clasista sojuzgada por las ilusiones democráticas del período de apogeo del sufragio universal".
Un elemento que debe considerarse con detenimiento es que la concepción mística o religiosa aplicada a la revolución, no significa para Mariátegui la movilización anárquica de la masa obrera, ya que "la masa no es el proletariado moderno''. La genérica reivindicación que de ella hace el socialismo humanitario "no es la reivindicación revolucionaria y socialista". Precisamente, "mérito excepcional de Marx" es "haber descubierto al proletariado" y propugnar el socialismo como la "concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenían nada en común con el romanticismo de quienes repudiaban, cual una abominación, la obra capitalista". Tal doctrina permitiría el entronque con el sentido místico que requiere el socialismo revolucionario, porque presenta, como "condición previa de un nuevo orden", "la capacitación espiritual e intelectual del proletariado para realizarlo a través de la lucha de clases".
Aspecto significativo de este 'espíritu religioso' es la concepción mariateguiana del 'dogma' y la 'herejía' como referentes del proceso socialista. Obviamente su concepto del dogma no es el de la aceptación de una verdad revelada por Dios, como lo propugna la religión. Para Mariátegui, el dogma es entendido como "la doctrina de un cambio histórico". Así, enfatiza más adelante: "Un dogmático como Marx, como Engels, influye más que cualquier gran herético y que cualquier gran nihilista. Este solo hecho debería anular toda aprehensión, todo temor respecto a la limitación de lo dogmático. La posición marxista, para el intelectual contemporáneo, no utopista, es la única posición que le ofrece una vía de libertad y avance". Aunque considera que el dogma no debe observarse como "un itinerario sino (como) una brújula en el viaje", más adelante afirma que para "pensar con libertad, la primera condición es abandonar la precaución de la libertad absoluta", ya que "pensar bien es una cuestión de dirección o de órbita".
La 'herejía' constituye, en cambio, una forma de radicalización de la verdad del dogma, cuando éste se anquilosa, recuperando sus virtudes esenciales: "En general, la fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus posibilidades de devenir en un dogma". De una u otra manera, se trataría de la aceptación radical de una verdad, asumida como guía de la revolución en la dinámica colectiva del proceso social, ya que la "herejía individual es infecunda". Así justifica Mariátegui el sorelismo: como un "retorno al sentido original de la lucha de clases, como protesta contra el aburguesamiento parlamentario y pacifista del socialismo". Sorel propone el "tipo de herejía que se incorpora al dogma", "esclareciendo el rol histórico de la violencia" y perfilándose, por lo tanto, como el "continuador más vigoroso de Marx en ese período de parlamentarismo social-democrático", donde la fuerza del mito resulta imprescindible para contrarrestar la "resistencia psicológica e intelectual de los líderes obreros a la toma del poder". Piensa así Mariátegui, identificando nuevamente la herejía en relación utilitaria con el dogma, que Sorel y su obra 'Reflexiones sobre la violencia" han constituido una decisiva influencia en Lenin, quien a su vez sería "incontestablemente, en nuestra época", el "restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista".
Hasta aquí hemos buscado analizar y precisar algunas de las interesantes características que adquiere la idea religiosa en Mariátegui. Hemos podido percibir el espíritu agonista –como diría Unamuno– de su pensamiento, al que consideramos aspecto fundamental de su obra. Consideramos que es necesario profundizar su estudio, ya que ha constituido notable influencia en la configuración de las distintas tendencias del pensamiento marxista en el Perú, que se reclaman –sin excepción– mariateguistas, y de las consecuencias tremendas que éste, en ocasiones, ha devenido sobre nuestra golpeada sociedad.
El pensamiento de José Carlos Mariátegui nos ofrece una serie de interesantes vetas para el análisis y la reflexión.
Una de ellas, sin duda importante y significativa para comprender el resto de su obra, es el tema religioso.
Para algunos pudiera resultar contradictorio que un pensador 'marxista confeso', como se definía Mariátegui, tuviera en sus obras una aproximación valorativa a lo religioso. Para entender esa aparente contradicción es fundamental que nos remitimos a algunos de sus trabajos, en los que define con claridad su concepción de lo religioso. Contrariamente a lo que se pueda pensar, no me estoy refiriendo al capítulo 'El factor religioso' que integra el famoso '7 Ensayos', sino principalmente a 'Defensa del marxismo, que publicara a manera de artículos entre julio de 1928 y junio de 1929.
Para entender el concepto de lo religioso en Mariátegui, es imprescindible remitirnos al pensamiento de Georges Sorel, que tuvo tanta influencia en su obra. Para Mariátegui, Sorel expresa "la verdadera pasión del marxismo en el sentido de revolución y continuación de la obra de Marx" al asimilar los aportes de la filosofía posterior, aportes que "vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria de la cual lo había gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios".
Esta renovación del ímpetu y del sentido revolucionario del marxismo que alienta Sorel –nos dice Mariátegui– se expresa en la teoría del 'mito revolucionario', que "aplica al movimiento socialista la experiencia de los movimientos religiosos".
De esta perspectiva la religiosidad es, para Mariátegui, 'misticismo, pasión' y se constituye en fuerza central para lograr la revolución socialista. Mientras que el pensamiento racionalista del siglo XIX "pretendía resolver la religión en filosofía", el pragmatismo ha reconocido al sentimiento religioso "el lugar del cual la filosofía ochocentísta se imaginaba vanidosamente desalojarlo". Y agrega: "como lo anunciaba Sorel, la experiencia histórica de los últimos lustros ha comprobado que los actuales mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos".
Vemos así que en Mariátegui lo religioso no corresponde a la definición propia que implica el 'religare' (la religación del hombre con Dios) y que entiende la vida personal como una búsqueda de conformidad con el Espíritu de Dios, entendido como el Ser por excelencia. Para él, lo religioso se identifica, no con su sentido integral y trascendente, sino con el espíritu de adhesión firme y místico a un ideal inminente. Desde esta perspectiva valora a los santos y apóstoles del cristianismo, no por el contenido y la esencia de sus ideales, sino por su vivencia y adhesión firme y consecuente hasta el extremo. En tal sentido, tal vez sería más propio hablar del espíritu 'místico y mítico' de Mariátegui antes de que su espíritu religioso. De ahí que alabe a la III Internacional porque alienta, en sus asambleas, "un misticismo muy próximo al de la cristianidad de las catacumbas".
Este fervor místico hacia el ideal revolucionario se lograría a través de la dinámica 'proletaria de combate y de trabajo obrero bajo el rigor y disciplina de la fábrica capitalista: "La lucha por el socialismo eleva a los obreros, que con extrema energía y absoluta convicción toman parte en ella, a un ascetismo, al cual es totalmente ridículo echar en cara su credo materialista, en el nombre de una moral de teorizantes y filósofos". Ilustra la forja de este espíritu, al recordar que Luc Durtain, después de visitar la Unión Soviética, "si no podía encontrar en Rusia una escuela laica" era porque "le parecía religiosa la enseñanza marxista".
El fortalecimiento de esta mística se encuentra amenazado, piensa Mariátegui, por las desviaciones que representa "el socialismo ético, pseudo-cristiano, humanitario, que se trata anacrónicamente de oponer al socialismo marxista". El marxismo, afirma, "es totalmente extraño y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrópicas". Y siguiendo a Sorel, reivindica al sindicato con institución central para promover una conciencia definitivamente socialista, que promueva el "renacimiento de la idea clasista sojuzgada por las ilusiones democráticas del período de apogeo del sufragio universal".
Un elemento que debe considerarse con detenimiento es que la concepción mística o religiosa aplicada a la revolución, no significa para Mariátegui la movilización anárquica de la masa obrera, ya que "la masa no es el proletariado moderno''. La genérica reivindicación que de ella hace el socialismo humanitario "no es la reivindicación revolucionaria y socialista". Precisamente, "mérito excepcional de Marx" es "haber descubierto al proletariado" y propugnar el socialismo como la "concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenían nada en común con el romanticismo de quienes repudiaban, cual una abominación, la obra capitalista". Tal doctrina permitiría el entronque con el sentido místico que requiere el socialismo revolucionario, porque presenta, como "condición previa de un nuevo orden", "la capacitación espiritual e intelectual del proletariado para realizarlo a través de la lucha de clases".
Aspecto significativo de este 'espíritu religioso' es la concepción mariateguiana del 'dogma' y la 'herejía' como referentes del proceso socialista. Obviamente su concepto del dogma no es el de la aceptación de una verdad revelada por Dios, como lo propugna la religión. Para Mariátegui, el dogma es entendido como "la doctrina de un cambio histórico". Así, enfatiza más adelante: "Un dogmático como Marx, como Engels, influye más que cualquier gran herético y que cualquier gran nihilista. Este solo hecho debería anular toda aprehensión, todo temor respecto a la limitación de lo dogmático. La posición marxista, para el intelectual contemporáneo, no utopista, es la única posición que le ofrece una vía de libertad y avance". Aunque considera que el dogma no debe observarse como "un itinerario sino (como) una brújula en el viaje", más adelante afirma que para "pensar con libertad, la primera condición es abandonar la precaución de la libertad absoluta", ya que "pensar bien es una cuestión de dirección o de órbita".
La 'herejía' constituye, en cambio, una forma de radicalización de la verdad del dogma, cuando éste se anquilosa, recuperando sus virtudes esenciales: "En general, la fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus posibilidades de devenir en un dogma". De una u otra manera, se trataría de la aceptación radical de una verdad, asumida como guía de la revolución en la dinámica colectiva del proceso social, ya que la "herejía individual es infecunda". Así justifica Mariátegui el sorelismo: como un "retorno al sentido original de la lucha de clases, como protesta contra el aburguesamiento parlamentario y pacifista del socialismo". Sorel propone el "tipo de herejía que se incorpora al dogma", "esclareciendo el rol histórico de la violencia" y perfilándose, por lo tanto, como el "continuador más vigoroso de Marx en ese período de parlamentarismo social-democrático", donde la fuerza del mito resulta imprescindible para contrarrestar la "resistencia psicológica e intelectual de los líderes obreros a la toma del poder". Piensa así Mariátegui, identificando nuevamente la herejía en relación utilitaria con el dogma, que Sorel y su obra 'Reflexiones sobre la violencia" han constituido una decisiva influencia en Lenin, quien a su vez sería "incontestablemente, en nuestra época", el "restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista".
Hasta aquí hemos buscado analizar y precisar algunas de las interesantes características que adquiere la idea religiosa en Mariátegui. Hemos podido percibir el espíritu agonista –como diría Unamuno– de su pensamiento, al que consideramos aspecto fundamental de su obra. Consideramos que es necesario profundizar su estudio, ya que ha constituido notable influencia en la configuración de las distintas tendencias del pensamiento marxista en el Perú, que se reclaman –sin excepción– mariateguistas, y de las consecuencias tremendas que éste, en ocasiones, ha devenido sobre nuestra golpeada sociedad.
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