La Patria Nueva
Un personal senil y claudicante ya está plasmada la fisonomía del régimen de la 'Patria Nueva'.
Ha habido una serie de indecisiones de tropiezos y tanteos para formarla. Se ha formado como no podía dejar de formarse. Como era inevitable que fuera. Algunos ingenuos pensaron en un régimen de renovación efectiva. Creyeron posible la organización de un gobierno sano y fuerte, nuevo, idealista.
Olvidaron, por supuesto, que los gobiernos de esta índole son gobiernos de opinión. Se funden en el crisol del ardor popular. No de un ardor histérico y circunstancial. Sino en el convencimiento cálido y adoctrinado de la masa colectiva.
El señor Leguía no se preocupó ni mucho ni poco antes de llegar al poder, de formar ese volumen de opinión ciudadana. Creyó que le bastaba para constituirse en gobierno las alharacas y las desordenadas actividades de sus partidarios. Y efectivamente ha sido así. El señor Leguía ha llegado al poder. Pero no ha conseguido formar un gobierno de verdad. Para conseguir esto debió anticipadamente formar un núcleo potente y disciplinado, unido por el nexo de la doctrina y por la unanimidad de la aspiración ideal. En brazos de esa mesocracia ignorante y alucinada que lo ha seguido no podía sino llegar al poder. Y llegar al poder es muy poca cosa para un hombre con vastas aspiraciones, con clara conciencia de su deber histórico, con profundo concepto de su misión en la vida pública, con aguda percepción de las corrientes sentimentales de su tiempo y con talla, en fin, de verdadero héroe popular. Muchos estadistas se han inmortalizado y viven en la memoria de los pueblos sin haber escalado jamás los grados del poder.
Cómo se ha formado la plana mayor del gobierno leguiísta.
No forma la plana mayor de la banda del señor Leguía ningún ejemplar de esa turbulenta y bulliciosa fauna partidista que en su nombre aturdió al país durante tres años. Toda esta banda de sus partidarios ha quedado en la zaga. La plana mayor se ha formado de tipos clásicos. De hombres catalogados. De figuras gastadas en la vida pública, que han experimentado los desengaños del funcionarismo y el desprecio del país.
No hay un solo hombre nuevo en el alto grupo del gobierno. No hay ni una inteligencia joven ni una arrogancia primaveral. Tampoco hay ímpetus de renovación. Se amalgaman allí los nombres de fatales horas pretéritas. Hombres que no pudieron mantenerse a flote en los vaivenes de la política de acomodos, transacciones y vergüenzas que han llenado las tres últimas décadas de nuestra historia republicana.
Todos los hombres que pensaron y se alimentaron para una lucha moderna y elevada. Para la gran controversia de las ideas y las doctrinas. Que creyeron que el tiempo nos traería un aliento de modernidad y de efluvio de idealismo. Nuestro propio pueblo que ha sentido las urgencias infinitas de la vida nueva del mundo. Todos éstos absolutamente todos, se sienten a esta hora defraudados y vencidos.
Otra vez vuelven a ser primeras figuras de gobierno nacional el general Canevaro, el señor Malpartida y el señor Villanueva, el señor Valcárcel y el señor Torre González. Estos son los prohombres del gobierno actual. Son los mismos hombres fracasados en la función pública. Son los mismos hombres que en hora iluminada, se borró del escalafón político. Son los negros autores del atraso del país. Son los incapaces, los protervos, los que arrancaron al pueblo todos sus derechos y toda la libertad, los que han llegado al borde del sepulcro sin dejar más que una pantanosa huella de su paso por la vida gubernamental. Estos son los prohombres del señor Leguía.
¿Puede hacerse con estos hombres un gobierno propulsor y moderno? El señor Leguía no es un genio. No es un talento. No es una cultura. Es apenas un hombre inteligente e intuitivo, avezado en asuntos comerciales y en las habilidades de la política criolla. ¿Puede con estos sencillos elementos mentales imponerse a su estado mayor? Seguramente no. Junto a él están los hombres expertos en todos los subterfugios y en todos los vicios. Los hombres responsables de muchos delitos y signados por todos los pecados. A estos hombres no puede vencerlos sino el ostracismo. El alejamiento permanente del poder. Rodeado por ellos, el señor Leguía tendrá que sucumbir inevitablemente. Y sucumbiría también sin ellos. Porque el señor Leguía no representa en el gobierno un volumen de opinión adoctrinada. Representa sólo un criterio personal y el apetito de mucha gente. Cuando el señor Leguía cambiase su estado mayor, lo formaría con los hombres de 1910. El país, entonces, no podría saber si la incapacidad por ignorancia y por inmoralidad es peor a la incapacidad por senectud y por perversión.
Ya se están viendo los primeros frutos del gobierno formado con tales hombres. Se ha hecho retrogradar al país al individualismo gubernamental. Se ha subordinado la autoridad del Congreso al capricho del presidente de la república. Se ha constituido un pequeño organismo burocrático para la fabricación de representantes. Y se está realizando la más tranquila y segura imposición electoral que se ha efectuado en la república.
Así comienza la era de la Patria Nueva. Comienza con la resurrección de hombres que debían estar políticamente inhumados. Con el resurgimiento de políticos de los que el país no quería acordarse. De los que es piadoso no acordarse. De los que ahora provocan una execración; pero, más tarde, cuando actúe directamente el siniestro cacique de Cajamarca o el torvo ministro de Santa Catalina provocarán la verdadera revolución del pueblo. Tal vez por esto, sería mejor que actuasen prontamente.
Un personal senil y claudicante ya está plasmada la fisonomía del régimen de la 'Patria Nueva'.
Ha habido una serie de indecisiones de tropiezos y tanteos para formarla. Se ha formado como no podía dejar de formarse. Como era inevitable que fuera. Algunos ingenuos pensaron en un régimen de renovación efectiva. Creyeron posible la organización de un gobierno sano y fuerte, nuevo, idealista.
Olvidaron, por supuesto, que los gobiernos de esta índole son gobiernos de opinión. Se funden en el crisol del ardor popular. No de un ardor histérico y circunstancial. Sino en el convencimiento cálido y adoctrinado de la masa colectiva.
El señor Leguía no se preocupó ni mucho ni poco antes de llegar al poder, de formar ese volumen de opinión ciudadana. Creyó que le bastaba para constituirse en gobierno las alharacas y las desordenadas actividades de sus partidarios. Y efectivamente ha sido así. El señor Leguía ha llegado al poder. Pero no ha conseguido formar un gobierno de verdad. Para conseguir esto debió anticipadamente formar un núcleo potente y disciplinado, unido por el nexo de la doctrina y por la unanimidad de la aspiración ideal. En brazos de esa mesocracia ignorante y alucinada que lo ha seguido no podía sino llegar al poder. Y llegar al poder es muy poca cosa para un hombre con vastas aspiraciones, con clara conciencia de su deber histórico, con profundo concepto de su misión en la vida pública, con aguda percepción de las corrientes sentimentales de su tiempo y con talla, en fin, de verdadero héroe popular. Muchos estadistas se han inmortalizado y viven en la memoria de los pueblos sin haber escalado jamás los grados del poder.
Cómo se ha formado la plana mayor del gobierno leguiísta.
No forma la plana mayor de la banda del señor Leguía ningún ejemplar de esa turbulenta y bulliciosa fauna partidista que en su nombre aturdió al país durante tres años. Toda esta banda de sus partidarios ha quedado en la zaga. La plana mayor se ha formado de tipos clásicos. De hombres catalogados. De figuras gastadas en la vida pública, que han experimentado los desengaños del funcionarismo y el desprecio del país.
No hay un solo hombre nuevo en el alto grupo del gobierno. No hay ni una inteligencia joven ni una arrogancia primaveral. Tampoco hay ímpetus de renovación. Se amalgaman allí los nombres de fatales horas pretéritas. Hombres que no pudieron mantenerse a flote en los vaivenes de la política de acomodos, transacciones y vergüenzas que han llenado las tres últimas décadas de nuestra historia republicana.
Todos los hombres que pensaron y se alimentaron para una lucha moderna y elevada. Para la gran controversia de las ideas y las doctrinas. Que creyeron que el tiempo nos traería un aliento de modernidad y de efluvio de idealismo. Nuestro propio pueblo que ha sentido las urgencias infinitas de la vida nueva del mundo. Todos éstos absolutamente todos, se sienten a esta hora defraudados y vencidos.
Otra vez vuelven a ser primeras figuras de gobierno nacional el general Canevaro, el señor Malpartida y el señor Villanueva, el señor Valcárcel y el señor Torre González. Estos son los prohombres del gobierno actual. Son los mismos hombres fracasados en la función pública. Son los mismos hombres que en hora iluminada, se borró del escalafón político. Son los negros autores del atraso del país. Son los incapaces, los protervos, los que arrancaron al pueblo todos sus derechos y toda la libertad, los que han llegado al borde del sepulcro sin dejar más que una pantanosa huella de su paso por la vida gubernamental. Estos son los prohombres del señor Leguía.
¿Puede hacerse con estos hombres un gobierno propulsor y moderno? El señor Leguía no es un genio. No es un talento. No es una cultura. Es apenas un hombre inteligente e intuitivo, avezado en asuntos comerciales y en las habilidades de la política criolla. ¿Puede con estos sencillos elementos mentales imponerse a su estado mayor? Seguramente no. Junto a él están los hombres expertos en todos los subterfugios y en todos los vicios. Los hombres responsables de muchos delitos y signados por todos los pecados. A estos hombres no puede vencerlos sino el ostracismo. El alejamiento permanente del poder. Rodeado por ellos, el señor Leguía tendrá que sucumbir inevitablemente. Y sucumbiría también sin ellos. Porque el señor Leguía no representa en el gobierno un volumen de opinión adoctrinada. Representa sólo un criterio personal y el apetito de mucha gente. Cuando el señor Leguía cambiase su estado mayor, lo formaría con los hombres de 1910. El país, entonces, no podría saber si la incapacidad por ignorancia y por inmoralidad es peor a la incapacidad por senectud y por perversión.
Ya se están viendo los primeros frutos del gobierno formado con tales hombres. Se ha hecho retrogradar al país al individualismo gubernamental. Se ha subordinado la autoridad del Congreso al capricho del presidente de la república. Se ha constituido un pequeño organismo burocrático para la fabricación de representantes. Y se está realizando la más tranquila y segura imposición electoral que se ha efectuado en la república.
Así comienza la era de la Patria Nueva. Comienza con la resurrección de hombres que debían estar políticamente inhumados. Con el resurgimiento de políticos de los que el país no quería acordarse. De los que es piadoso no acordarse. De los que ahora provocan una execración; pero, más tarde, cuando actúe directamente el siniestro cacique de Cajamarca o el torvo ministro de Santa Catalina provocarán la verdadera revolución del pueblo. Tal vez por esto, sería mejor que actuasen prontamente.
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